Muchas lectoras y no pocos lectores son miembros activos de alguna de las ramas de la Familia Vicenciana, o bien participan en parroquias o comunidades animadas por miembros de esta cálida Familia. Y aún para los lectores que vienen de otros ámbitos, san Vicente de Paúl es un gigante católico, el gran Samaritano de su tiempo, cuya vida y obra siguen activas y fermentando nuevas vidas cristianas al servicio amoroso de los pobres y de su evangelización. Por estas razones quisiera referirme a la celebración –en este año del 2017– de los 400 años del Carisma de san Vicente de Paúl.
¿A qué llamamos Carisma Vicenciano?
A un don especial de Dios dado a san Vicente de Paúl para, asociando a otros, responder a las necesidades de Evangelización de los pobres con obras y palabras y así colaborar a la revitalización de la Iglesia. Dicho de otra manera, se trata de esa “Experiencia del Espíritu”, vivida por Vicente de Paúl en sus experiencias históricas primordiales y en sus respuestas para Evangelizar a través de las misiones y del cuidando y servicio a los pobres. Experiencia “trasmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne”. (Mutuae Relationes, 11).
Las citadas experiencias de san Vicente son múltiples y complementarias. Ante la fuerte tentación contra la fe –que sufre a partir del año 1611– sale de ella cuando “hizo la firme e irrevocable resolución de entregar su vida, por amor a Jesucristo, al servicio de los pobres”.
El anciano de Gannes
A partir de ese momento ya sabía a qué y a quienes servir, pero ignoraba el cómo. Serán las experiencias de Gannes-Folleville y de Chatillón (separadas aldeas francesas) las que le revelarían los modos.
En Folleville, (20 y 25 de enero, 2017) sucede el caso del anciano enfermo que hace confesión general de su vida, cuando antes sólo hacía confesiones como trámites falsificados. Después de ello, “Confesó públicamente y en presencia de la señora esposa del General, sus confesiones sacrílegas y los enormes pecados de su vida pasada”. Si a éste, que pasaba por hombre de bien, le sucede esto, ¿a cuántos les sucederá lo mismo? “¿Qué remedio podemos poner?”.
Y Vicente, asomado a las necesidades espirituales de los campesinos, comenzará respondiendo por medio de las misiones populares. Les da a conocer a Jesucristo y los prepara para hacer una sincera y humilde confesión general de su vida. Y fue tanta la gente que acudía que fue preciso pedir ayuda a otros varios sacerdotes. De aquí irán surgiendo la Congregación de la Misión, los Ejercicios a ordenandos, las obras de los Seminarios, etc. a fin de que los pobres tengan mejores pastores.
En la otra población Chatillón-les-Dombes la anécdota surge el 20 de agosto de 1617 en la familia en que todos estaban enfermos. Vicente les habló en la iglesia de ello tocado en el corazón y la gente respondió generosamente. Unos iban y otro venían de llevarles consuelo y socorro. Él vio cuanta generosidad hay en los corazones cristianos, pero cuánta organización faltaba para cuidar eficazmente a los pobres.
Organizar la caridad
La respuesta inmediata consistirá en organizar un grupo de mujeres laicas para servir, por turno, a los enfermos del lugar. Es la primera de las Caridades así organizadas. El Reglamento que redacta san Vicente es un poema de ternura, cristocentrismo, sabiduría práctica, autonomía femenina, cohesión espiritual y detalles de exquisita administración.
Luego, los brazos de la Misión y los de la Caridad se irán juntando en las misiones populares y en todas las demás Instituciones y obras. Y entre laicos –sobre todo mujeres–, misioneros, Hijas de la Caridad –con Luisa de Marillac al frente–, damas de París, etc. irán sirviendo a enfermos aislados, niños expósitos, galeotes, enfermos hospitalizados, niños en escuelas populares, ancianos, gentes devastadas por las guerras, soldados en campos de batalla y toda clase de miserias.
Richelieu, el poderoso primer ministro francés, entre otras cosas, dejó a su muerte una casa, presupuesto y dos personas para cuidar a sus gatos. Vicente de Paúl dejó un ejército de mujeres y hombres contagiados de su carisma de ver a Jesucristo en los pobres y a los pobres en Jesucristo y entregase a ellos para continuar la obra de Jesucristo en la tierra. Estos oirán, un día, el ¡Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino, porque tuve hambre, sed, enfermedad, marginación, menosprecio… y ustedes me defendieron y cuidaron!
¿Qué podemos hacer en este Aniversario?
Seguramente que el Señor nos puede inspirar a cada uno qué podemos hacer en este 400 años del Carisma Vicenciano. No hay aquí espacio para las imprescindibles motivaciones. Pero, a modo de sugerencia, podemos indicar lo siguiente.
- Preparase bien para hacer personalmente –este año– una buena confesión general de toda la vida o desde la última hecha.
- Participar este año en al menos una misión popular.
- Iniciar una obra social o comenzar nuestra animosa participación en alguna de las actuales.
- Llevar un nuevo miembro a una de las Ramas de la Familia Vicenciana.
- Conocer con cierta hondura la vida de San Vicente, de sus Obras y su espíritu, en especial aquella en la que trabajamos.
“Los sentimientos más íntimos de nuestro Señor han sido preocuparse de los pobres para curarlos, consolarlos, socorrerlos y recomendarlos…. ¿Podría acaso mostrar un amor más tierno a los pobres? Y ¿qué amor podemos nosotros tenerle a él, si no amamos lo que él amó? –nos pregunta San Vicente. Y con él podemos decir: “Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo”.
¡Felicitaciones a todos por este Aniversario de gracia!
Autor: Honorio López Alfonso, cm
Fuente: Evangelio y Vida
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