“Ay de ti, Corazón, ay de ti Betsaida…”
Job 38, 1.12-21; 40, 3-5; Sal 138, 1-14; Lc 10, 13-16.
Así me lo contó, a su manera, la señora María Rebeca. Mi esposo trabaja en un taller. Dos horas de ida y dos horas de vuelta, más sus horas de trabajo. Tenemos tres hijos, ¿cuándo ha podido estar con ellos? Yo trabajo en una peluquería, me conceden un horario más flexible. A mi hijo mayor le chuparon el alma en la escuela pública. Dos maestros fanáticos lo han separado de la fe. El siguiente, a pesar de mi cercanía, aún no he podido evitar que se esté haciendo adicto a la pornografía a través de Internet. A mi hija, ahora de 16 años, ya han intentado secuestrarla dos veces en el mismo barrio…
Estamos en manos de todas estas empresas: la del taller, la de la peluquería, la de la escuela, la de los medios, la de los secuestradores. Todas se rigen por el mismo principio: el de la ganancia. Y todas, cada una a su manera, nos chupa la vida, los valores, el tiempo, lo que ganamos y –lo peor– también a nuestros hijos. Y, si compro lo necesario en el mercado, las garras de Hacienda ahondan nuestra pobreza.
En medio de todo, conservo mi fe en Dios y mis ruegos a la Virgen de Guadalupe. Pero me digo: ¡Ay de todos estos que así nos tratan! ¿Cuándo hará Dios justicia ante tantos atropellos? ¿Y cuándo nos uniéremos para ayudarle a impedir que así sigan siendo las cosas? Y le ofrezco a Jesús, juntamente con nuestras culpas, mis lágrimas…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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