2 Cor 5,14-17; Sal 62, 2-9; Jn 20, 1-2. 11-18.
«Lloraba como una Magdalena”, dice el dicho. No sé por qué no decir “lloraba como un Pedro arrepentido”. Pues el líder de los seguidores lloraba porque se quebró en la Pasión y negó a Jesús; en cambio, la líder de las mujeres seguidoras, “por pueblos y aldeas”, no se quebró, y lloraba porque le habían matado a Jesús y ya ni sabía dónde lo habían puesto. Por eso lo buscaba, y lloraba.
Pero el dicho sobre Magdalena está construido sobre un infundio: la confunden con la pecadora que enjugaba los pies de Jesús con sus lágrimas (Lc 7). Y una y otra son mujeres distintas y sin parecido alguno. Y hoy, que celebramos la fiesta de santa María Magdalena, es buen tiempo para fijarnos mejor esta intrépida seguidora de Jesús.
Lo buscó y lo siguió vivo, cuando Jesús era popular y apreciado por las multitudes. Lo acompañó en su Pasión, cuando era el hazmerreír de las gentes y de las jerarquías. Lo buscó muerto y desaparecido: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Y a quien tanto perseveraba, Jesús le salió al encuentro vivo. Y le oyó decir su nombre –¡María!– como nadie más sabía decirlo.
Y cuando las mujeres no eran testigos válidos ante un tribunal, el amoroso humor de Jesús la convirtió en su primer testigo, y le dio la misión de ser la apóstol de los apóstoles: “Ve a mis hermanos y diles…”.
¿No podrá tanto amor suyo reavivar el nuestro?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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