“Te seguiré dondequiera que vayas”
Am 2, 6-10. 13-16 | Sal 49 | Mt 8, 18-22.
La vida del cristiano es un camino. Sabemos que en los primeros años, al cristianismo lo llamaban “el camino”. El discípulo se pone en marcha, siguiendo a Jesús por ese camino que le traerá encuentros memorables, contrariedades y persecuciones.
Quien quiera seguir a Jesús, debe estar preparado y dispuesto. De esto nos habla el evangelio de hoy. Primero, debe saber que junto a Jesús no puede aspirar a riquezas ni seguridades, a poderíos ni fama. Necesita caminar ligero, libre, desprendido, como el Hijo del Hombre, que no tenía dónde reclinar la cabeza.
También el discípulo debe ir dispuesto a todo, sin pretextos ni dilaciones, sin cálculos de riesgos ni ases bajo la manga. Dispuesto, pronto al llamado, atento a los pasos de Jesús.
El seguimiento de Jesús tiene sus exigencias, siempre lo hemos sabido. No es una marcha triunfal, es un caminar humilde y sacrificado, pero es un caminar “con Jesús”. El saberlo cerca, compañero de viaje, te hará gozar de los amaneceres y de las estrellas. El sentirlo junto a ti te dará la certeza de que no recorres un callejón sin salida, sino un camino que lleva a la luz.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, C.M.
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