“No vine a abolir la ley, sino a darle plenitud”
1Re 18, 20-39 | Sal 15 | Mt 5,17-19.
Todos sabemos que para el pueblo judío era muy importante la Ley, así con mayúscula. Era toda la reglamentación social, política y religiosa recopilada en el Pentateuco. La ley era la estructura que articulaba y daba solidez al pueblo como tal. El corazón de esta compleja red de reglamentos y normas eran los diez mandamientos.
Uno de los reclamos más frecuentes que los fariseos y otros jefes del pueblo le hacían a Jesús, era, precisamente, que no cumplía la ley, que la violentaba. En el pequeño texto del evangelio de hoy, Jesús se declara al respecto y dice: yo no quebranto la ley, sino que la llevo a un cumplimiento más pleno. Porque la razón última de la ley es que los hombres cumplan la voluntad de Dios, lleven adelante su proyecto de vida en libertad, en paz y en plenitud. Y nadie mejor que Jesús cumplió la voluntad de Dios. Nadie mejor que él entendió qué es lo que Dios quiere para sus hijos y cuál es el camino de la obediencia.
Toda la ley se resume en el amor. Quien ama permanece en el camino del Señor, cumple la voluntad de Dios y complace el corazón del Padre. Quien ama ha entendido que no hay otro camino de fidelidad a Dios más que amar como Él nos ama.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, C.M.
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