El 4 de abril, las Hijas de la Caridad de todo el mundo renuevan sus votos

por | Abr 4, 2016 | Hijas de la Caridad, Noticias | 0 Comentarios

Aunque habitualmente renuevan los votos el 25 de marzo, este año, las miles de Hijas de la Caridad de todo el mundo renuevan su compromiso con los pobres, la Compañía y la Iglesia el día 4 de abril, debido a la coincidencia de la fecha habitual con las festividades pascuales.

Con nuestra felicitación a todas ellas, recuperamos aquí un texto del difunto P. Julio Suescun, C.M., escrito en el año 2003, en el que ofrece una reflexión sobre el significado y alcance de los votos de las Hijas de la Caridad.

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Renovar para Revitalizar

El día de la Renovación, como las Hijas de la Caridad llaman familiarmente a la fiesta de la Encarnación del Señor, se hace no tanto una renovación de votos, cuanto una renovación de la vida en la que se hacen los votos de la Compañía.

Los Votos de la Compañía:

Lo hemos repetido muchas veces, pero no estará demás volverlo a decir. La Hija de la Caridad hace votos por un año. Terminado el año, los votos se terminan, pero no desaparece la vocación, ni la gracia desde la que se está dando respuesta a la misma. La consagración de la Hija de la Caridad, su entrega total a Dios para servirle en los pobres, no se ha terminado con la finalización de sus votos anuales.

La Hija de la Caridad vive esta su consagración a Dios en la Compañía. Y esta Compañía juzga necesario que para ser Hija de la Caridad, concluidos los primeros años en este caminar, es necesario hacer todos los años, los Votos que se hacen en la Compañía. De acuerdo con este pensar de la Compañía, cada Hija de la Caridad ratifica todos los años su consagración a Dios con los votos que hace por un año. Así se actualiza, año tras año, una entrega total a Dios para servirle en la persona de los pobres, en la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Los votos que las Hijas de la Caridad hacen todos los años, no son los Votos Religiosos, que pueden hacerse en otros Institutos de Vida Consagrada, y que pueden ser también temporales, ni son unos votos enteramente privados sin más. Cierto que San Vicente llega a equipararlos a los votos que cualquier persona puede hacer viviendo en el mundo (IX,59). Pero su intención apunta a distinguirlos claramente de los votos que se hacen en Religión y el santo no contaba todavía con otro ejemplo del que echar mano. Son los Votos de la Compañía, que la Iglesia reconoce tal y como la Compañía los entiende en fidelidad a sus Fundadores (C.2,5.)

Hoy entendemos perfectamente lo que queremos decir al hablar de los Votos de la Compañía. Sobre su razón de ser, su contenido y su expresión más adecuada en el día de hoy, hay muchas cosas escritas en la literatura propia de la Compañía, comenzando por las mismas Constituciones y la Instrucción sobre los Votos de las Hijas de la Caridad. A esta literatura habría que acudir para profundizar en las exigencias y en la actualización de esos votos. Cualquier asimilación a otra clase de votos desvirtuaría el ser de los mismos.

Valor de la Renovación Anual:

La emisión anual de los votos tiene un alto valor revitalizador para la Hija de la Caridad. La renovación anual de los votos permite a las Hermanas afianzar su voluntad de responder a la vocación, a la vez que garantiza la estabilidad de su servicio a Cristo en la Compañía: supone un acto libremente hecho y siempre inspirado por el amor. (C.2,5)

En línea de revitalización:

La vida de la Hija de la Caridad es radicalmente la vida de una buena cristiana. Su fidelidad se edifica sobre el desarrollo de la vida cristiana. El pensamiento de los Fundadores es muy abundante al respecto. El ser buena Hija de la Caridad es una intensificación en la buena calidad de la vida cristiana. La misma fidelidad a las Reglas es el vehículo para llegar a ser buena Hija de la Caridad, desde el ser buena cristiana. Vuestras reglas tienden a convertiros de buenas cristianas en buenas siervas de Dios y buenas hijas de la Caridad(IX,1080)

Cristiano se puede ser de diferentes maneras, porque los dones del Espíritu son diferentes y el modelo de realización que perseguimos supera todos nuestros intentos y proyectos. Lo que importa es que cada uno sea fiel al don del Espíritu que ha recibido.

Para daros a entender, hermanas mías, cómo ha obrado Dios en relación con las Compañías, os diré que ha dado a los Capuchinos el espíritu de pobreza, por el que tienen que ir hacia Dios, viviendo despegados de todas las preocupaciones y de todas las cosas particulares. A los Cartujos les ha dado el espíritu de soledad; están casi siempre solos; su mismo nombre está indicando su espíritu, ya que las cárceles no se llamaban antes cárceles, sino «cartujas»; su espíritu los hace continuamente prisioneros de nuestro Señor. A los jesuitas Dios les ha dado un espíritu de ciencia para comunicársela a los demás. El espíritu de las Carmelitas es la austeridad; el de Santa María, que ama mucho a Dios, es el de la mansedumbre y la humildad.

Ved, pues, mis queridas hermanas, cómo Dios da su espíritu de forma diferente a unos y a otros de tal manera que el espíritu de unos no es el espíritu de otros. Cuando Dios hizo la Compañía de Hijas de la Caridad, le dio también un espíritu particular. El espíritu es lo que anima al cuerpo. Es muy importante que las Hijas de la Caridad sepan en qué consiste ese espíritu, lo mismo que es también importante que una persona, que va a hacer un viaje, sepa cuál es el camino para el sitio adonde quiere dirigirse (IX, 524).

Para San Vicente está muy claro que para ser buen cristiano hay que perfeccionarse en la vocación de cada uno, porque de nada le serviría a un obispo vivir como un cartujo o a una Hija de la Caridad como una Carmelita. ¡Estaría bonito ver a las hijas de la Caridad tomar las máximas de las carmelitas, que tienen un espíritu tan austero! El vuestro es un espíritu de caridad, que os obliga a consumiros en el servicio del prójimo. ¡Estaría bonito ver a un obispo entrar en la Cartuja para hacerse cartujo! No haría lo que Dios pide de él, sino lo que les pide a los otros. Sus prácticas son buenas para ellos, pero no para nosotros. (IX,934)

El deseo de hacer lo que Dios quiere nos mantiene a cada uno en la vocación a la que nos ha llamado. Es lo que lleva a la Hija de la Caridad a perfeccionarse en su vocación, tanto y más que si estuviera en un estado de perfección, para ser la buena cristiana que Dios quiere que sea, siendo Hija de la Caridad.

Y como el ser cristiano empieza con el bautismo, en el que somos incorporados a Cristo en su Iglesia, la vocación de la Hija de la Caridad no es más que un desarrollo de su propia vocación cristiana. No en vano a la fórmula de sus votos, precede la renovación de las promesas del bautismo, para ratificar su consagración a Dios en fidelidad al bautismo y en respuesta a la llamada.

El ingreso en la Compañía de las Hijas de la Caridad supuso esta opción por la forma específica de ser cristiana que se define como vocación de la Hija de la Caridad y que se describe con precisión en las Constituciones.

Las Hijas de la Caridad, fieles a su Bautismo y en respuesta a un llamamiento divino, se consagran por entero y en comunidad al servicio de Cristo en los Pobres, sus hermanos, con un espíritu evangélico de humildad, sencillez y caridad (C.1,4).

Con el bautismo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, se inicia la nueva vida del hombre, hecho hijo de Dios por adopción y partícipe de la nueva vida de la resurrección. Esta vida trinitaria de expresa en las relaciones de fe, esperanza y caridad que el Espíritu infunde en el bautizado y que este ha de ir personalizando y acrecentando en su vida.

Toda revitalización de la vida cristiana, tendrá como base la revitalización en las líneas marcadas por estas virtudes teologales, si bien desde la particular participación en el espíritu cristiano que supone el don de la ovación específica de cada uno.

La revitalización de la vida cristiana de las Hijas de la Caridad.

La Hija de la Caridad, desde las enseñanzas de los Fundadores expresa el espíritu de su vocación en estas tres virtudes -sencillez, humildad y caridad- que entiende como la vía por la que ha de dejarse conducir por el Espíritu para dejarle crear en ellas la semejanza con Cristo (C.1,10; 2,3) en quien contemplan estas virtudes que las acercan a los más desheredados (C.1,10).

Son pues virtudes que expresan la radical condición cristiana conforme el don específico de la vocación de Hija de la Caridad. Dicho en otras palabras con el modo familiarmente denominado vicenciano de vivir su condición cristiana, desarrollando las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.

Son virtudes que por configurar la semejanza con Cristo, expresan en la Hija de la Caridad, su voluntad de seguir más de cerca de Cristo, viviendo total radicalmente los Consejos Evangélicos (C.1,5)

Las Constituciones expresan el dinamismo de esta vida teologal diciendo que las Hijas de la Caridad, como hijas de Dios por el bautismo, se dirigen al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo (C.2,2)

La revitalización de este dirigirse, de esta forma específica de vida cristiana, exige el dinamismo actualizado de estas tres líneas.

Revitalización en línea de fe, de sencillez, de obediencia, como hijos amados del Padre.

Las Constituciones expresan esta relación de las Hijas de la Caridad con Dios Padre, diciendo: Aspiran a vivir en un diálogo continuo con Dios, poniéndose en sus manos con una actitud de confianza filial (C.2,2).

Es la actitud de un creyente como Abrahán que conociendo la promesa. se fía de Dios por encima de todos los cálculos que puede hacerse a partir del hijo que le ha nacido en su vejez y que hay que sacrificar.

El diálogo con Dios no se reduce para el creyente en una conversación con él ininterrumpida en la oración. El cree en el Dios de la creación, en su Providencia que la gobierna, en la Revelación que nos lo descubre, y hace de su vida respuesta a la voluntad de Dios que descubre en los acontecimientos, en las personas, en su Palabra que ha llegado hasta nosotros.

Para la Hija de la Caridad creyente resulta imprescindible encontrar a Dios en todo y sentirse interpelada por Él en todo. Y así cuanto piensa, cuanto proyecta y cuanto hace quiere ser en ella respuesta a esa voz que ha percibido de Dios. Así es como puede vivir ese diálogo continuo con él. Es la función que las Constituciones atribuyen a la sencillez, que las lleva directamente a Dios y hace su comportamiento inteligible a todos (C.2,3).

Y porque esta respuesta a Dios en la vida se realiza en la comunidad donde Dios la ha llamado y reunido con sus compañeras, la actitud de fe y sencillez, se hace en la Hija de la Caridad obediencia activa y responsable. Esa obediencia que, al decir de las Constituciones, las lleva a una búsqueda en común y a una aceptación humilde y leal de la voluntad de Dios que se manifiesta a la Compañía por el clamor de los Pobres, las llamadas de la Iglesia, los signos de los tiempos, las Constituciones (2,8)

En la Hija de la Caridad, se revitaliza esta actitud creyente, vivida en la sencillez de la obediencia:

  • aceptando al Dios que nos halaba den su Palabra, pero que también se nos manifiesta en la creación, en la vida y en los acontecimientos, que ama a este mundo y tiene un designio de salvación para los todos, también para los pobres, que envió a su Hijo para salvarlos y nos envía a nosotros a continuar la misión del Hijo;
  • abriéndose a la vida de los pobres para conocer la interpelación que Dios nos hace en ellos;
  • aceptando la comunión de vida y de acción con las hermanas en las que él se nos hace cercano para iluminarnos, para ayudarnos, para corregirnos.
  • El voto de obediencia dinamiza en la Hija de la Caridad un sí al discernimiento común de la voluntad de este Dios para hacer de la vida respuesta ajustada a lo que él le pide, a través de los signos en los que nos interpela;
  • sí a la planificación de nuestra respuesta en el diálogo de la comunidad;
  • sí a la revisión y corrección de nuestra misión con los hermanos;
  • sí a la decisión de la comunidad conforme a los mecanismos de decisión propios de la misma.
  • Revitalización en línea de esperanza, de humildad, de pobreza, como seguidores fieles del Hijo, en continuación de su misión.

La referencia al Hijo, en cuyo nombre también somos bautizados los cristianos, la expresan las Constituciones diciendo que las Hijas de la Caridad contemplan a Cristo en el anonadamiento de su Encarnación Redentora (C.2,2).

Entre las múltiples imágenes de Cristo, la Hija de la Caridad contempla a Cristo en el anonadamiento de su Encarnación Redentora. Y esto hace referencia al misterio de su vida encarnada en una condición enteramente igual a la nuestra en todo, menos en el pecado, y al misterio de su presencia escondida pero real en la persona de los pobres. Las Hijas de la Caridad, continúan diciendo las Constituciones, contemplan a Cristo a quien encuentran en la persona de los pobres donde su gracia no cesa de actuar para santificarlos y salvarlos (C.1,7)

La primera referencia hace a Cristo, modelo de su vida y misión, Regla de las Hijas de la Caridad, como dicen las Constituciones (C.1,5) traduciendo el pensamiento del Fundador. De Él aprenden a revelar a sus hermanos el Amor de Dios (C.2,2). Del mismo aprenden que no hay miseria alguna que puedan considerar como extraña a ellas (1,8). En Él contemplan, para traducirlas en la propia vida, esas disposiciones que las acercan a los más desheredados (C.1,10)

En la segunda referencia se considera a Cristo fundamento de todo, cabeza de la Iglesia y de cuya plenitud todos estamos a participar (Cfr.Ef.1,15-20). La Hija de la Caridad sabe que Cristo se hace presente en los pobres no sólo como necesitado sino también como fuerza impulsora de su salvación. De ahí su sentido de solidaridad con ellos. No son únicamente nuestros beneficiarios, sino nuestros hermanos, compañeros de gracia y de destino.

En cualquiera de los dos niveles, podemos contemplar la realidad de lo que ya es y la meta de lo que aún falta por llegar a ser. Es la dimensión escatológica del Reino de la que participa nuestra experiencia cristiana y que vive como esperanza. Fue Pablo VI quien definió la esperanza como “tensión hacia las realidades futuras”.

Es la tensión que se vive en el esfuerzo por crecer en la semejanza con Cristo y en el mejorar el servicio a la promoción de los pobres. Un esfuerzo desde la conciencia de la propia debilidad, pero que se sabe elegida como instrumento de la acción omnipotente de Dios.

Esta actitud aparece presentada en las Constituciones como humildad que las hace tomar conciencia de su propia indigencia ante el Señor, las acerca al pobre y las mantiene, ante él, en actitud de siervas (C.2,3).

Se revitaliza esta actitud, reproduciendo en nosotros los mismos sentimientos de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Co 8,9). Es la solidaridad cristiana que entiende que nadie ha sido favorecido con el don del Espíritu sino para utilidad común (1Co 12,7) y que cada a uno, considerando a los demás como superiores, ha de mirar no sólo por lo suyo sino también por lo de los demás (Fip 2,4).

Y esto exige:

  • cercanía al pobre en un estilo de vida frugal y sencillo que nos hace sentir como administradores de unos bienes que disfrutamos y que consideramos patrimonio de los pobres;
  • cercanía en la solidaridad que hace nuestra su causa; cercanía en unos servicios que responden más a sus necesidades que a nuestras ganas de hacer cosas;
  • cercanía en fin en la conciencia de limitación, dependencia y esfuerzo para ir promocionándonos con ellos, en el esfuerzo de cada día.

El Voto de Pobreza dinamiza así, en la Hija de la Caridad, el

  • si al Dios de la Encarnación, de la debilidad y de la cruz;
  • sí al esfuerzo por avanzar, sin detenerse en lo ya conseguido, cuando todavía es tanto lo que falta.
  • sí al desprendimiento de apoyaturas humanas que no dan seguridad a los proyectos de Dios.
  • sí a la solidaridad con los pobres, sujetos de su propia promoción;
  • sí a la temporalidad de la vida, al proyecto de Dios que se va descubriendo en el tiempo;
  • sí a la acción de Dios que se manifiesta en la pequeñez de su sierva;
  • sí al servicio hecho conforme a la planificación que la comunidad hace de nuestros dones.

Revitalización en línea de amor, de caridad, de amor en castidad perfecta, dóciles a la acción del Espíritu que vive en nosotros.

La nueva vida del bautizado es participación en la misma vida de Dios que por su Espíritu vive en nosotros. Y siendo Dios amor, la vida del cristiano no puede estar radicada en el amor y expresarse en actos de amor. Santo Tomás dice la caridad es la forma de todas las virtudes. Lo que en términos de la escolástica es tanto como decir que la caridad es lo que da consistencia y constituye en sus ser a todas las virtudes cristianas.

De hecho cuando San Vicente explica a las Hijas de la Caridad en qué consiste su espíritu, como don particular de su vocación termina resumiendo: El espíritu de las Hijas de la Caridad consiste en el amor, amor a Dios y amor al prójimo y también en la humildad y la sencillez. (IX,540)

La revitalización de esta línea de su vida cristiana exige, pues la intensificación de su comunión con Dios en el amor. San Pablo nos dirá que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5).

Con acierto dirán pues las Constituciones que las Hijas de la Caridad se esfuerzan en ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu convencidas de que llegarán a ser instrumentos de sus obras, sólo en la medida en que le sean fieles. ((2,2)

Se trata, en último término, de que la Hija de la Caridad, superando las exigencias de su instintividad construya su vida a impulso del soplo del Espíritu para vivirla como respuesta al plan de Dios sobre ella. Es un vivir ya no para uno mismo sino para el Señor (Rm 14,8); es un vivir yo más yo no sino Cristo (Gal 2,20) que por su Espíritu vive en mí.

Una vez más las Constituciones aciertan cuando dicen a las Hijas de la Caridad que la caridad a la que están llamadas, es la misma caridad de Cristo Jesús, que las apremia a contribuir a que toda persona realice su vocación de hijo de Dios (C.2,3).

Su vida se hace así servicio entregado, en el que se consume su vida para bien de los pobres. Esa es la expresión de su consagración, donde los demás y la misma Hija de la Caridad medirá la totalidad de su entrega a Dios. El Servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a esa consagración su pleno significado (C.2,1).

Y de la misma raíz que el servicio entregado a los pobres nacen en la Hija de la Caridad el amor a sus hermanas. Porque la comunión en el amor trinitario se expresa como en signo elocuente en la comunión entre todos los llamados y reunidos por Dios para unirlos con el vínculo de su amor. Dios, dirá San Vicente, escoge y reúne a unas muchachas de diversos lugares y provincias para unirlas y juntarlas con el vínculo de su caridad, para demostrar a los hombres de distintos sitios el amor que les tiene y el cuidado que de ellos tiene su Providencia, para socorrerles en sus necesidades.

El vínculo del amor que las une no se termina en ellas en ser signo y confesión del amor trinitario sino que se hace fuerza impulsora en la misión de demostrar el amor de Dios a los pobres. Es la llama que manifiesta el fuego del amor que arde en sus corazones y que las une en una comunidad para la misión.

Una expresión de este amor, es la castidad perfecta, no una negación del amor sino una expresión más pura del amor de Cristo en nosotros. El voto de castidad fortalece el sí a la fraternidad para la misión como expresión de una vida entera entregada a Dios para testificar el amor.

Y siendo la caridad a la que están llamadas la misma caridad de Cristo las expresiones de este amor tanto en el servicio a la misión como en la cordialidad fraterna, tendrán las notas del mismo amor de Cristo: entregado hasta el fin, sacrificado hasta la muerte, universal y abierto a todos, sin exclusión de nadie, dispuesto siempre al perdón.

El amor en castidad perfecta es una manifestación clara de este amor; que no es una renuncia al amor, sino una calidad suprema del amor; que no es una renuncia a la fecundad, sino el servicio a la fertilidad para el Reino; que no es una ensimismamiento en la soledad, sino una apertura a la verdadera amistad.

El Voto de amor en Castidad perfecta dinamiza así, el:

  • Sí al esfuerzo por superar las propias apetencias para vivir la dimensión nueva del hombre resucitado.
  • Sí a la comunión íntima con Dios como el amor de nuestra vida.
  • Sí a la entrega generosa al servicio a los pobres, como fruto para el Reino.
  • Sí a una amistad en la comunidad, abierta a todos y dispuesta a todo sacrificio.
  • Sí a la superación de la soledad del corazón que nos hace vivir la alegría del encuentro con los hermanos.

 

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