Is 7, 10-14; 8,10 | Sal 39, 7-11 | Hb 10, 4-18 | Lc 1, 26-38.
“Y el ángel, dejándola, se fue”
Si los ángeles no te acompañan sensiblemente, no te preocupes. A excepción de este misterioso momento de la Anunciación, así le sucedió a la Virgen María durante toda su vida. Como tú y yo, vivió su fe sin agarraderos especiales. A diferencia de nuestro modo de vivirla, ella lo hizo desde el total consentimiento y entrega. De su mano, podremos intentarlo. “Dios es el Amor arrodillado que espera eternamente el consentimiento de nuestro amor”. Ella le dijo “Sí”, y se fue a servir a quien la necesitaba.
¿Nosotros?
Juan XXIII decía “cada uno de nosotros tiene que ser como la Virgen María: Jesucristo, en el corazón; la cabeza, en la eternidad; las manos, una en la Eucaristía y otra en los pobres; y los pies, pisando la tierra, pero sobre la tierra, para no enfangarnos en ella”. Y el Papa Francisco nos dice que María es “la mujer del sí a la vida; la ´Virgen de la prontitud´ en el servicio a los demás; la contemplativa en las cosas cotidianas; la madre de los pobres, y su alegría; y la madre de los apóstoles y evangelizadores”.
En los días gozosos de la navidad y en los trágicos de la cruz de su hijo, allí estaba ella, perseverante y fiel.
Hoy, madre nuestra, ruega para que nos parezcamos a ti. A ti te lo pedimos, pues como decía Dante, uno de tus devotos, “quien desea una gracia y no recurre a ti quiere que su deseo vuele sin alas”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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