Retos a la vida consagrada vicenciana y a la Sociedad San Vicente de Paúl hoy

por | Ene 17, 2016 | Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

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El Año de la Vida Consagrada, que estamos celebrando desde el 30 de Noviembre de 2014 y que finalizará el 2 de Febrero de 2016, está suponiendo para toda la Iglesia una reflexión seria y una revitalización gozosa de esta forma específica de seguimiento de Cristo. En su carta a los consagrados, el Papa Francisco animaba, además, a los fieles laicos “a vivir este año de la Vida Consagrada como una gracia que les puede hacer más conscientes del don recibido”. Se trata de un don compartido, puesto que el carisma vicenciano, en nuestro caso, no atañe tan sólo a las dos Sociedades de Vida Apostólica más conocidas por nosotros (Misioneros Paúles e Hijas de la Caridad) sino que es un regalo del Espíritu que alienta nuestro creer, vivir y servir. Es por eso por lo que la Sociedad San Vicente de Paúl siente también como propios los desafíos y retos que el mundo presente está lanzando al carisma vicenciano y a la vivencia de la fe.

Son desafíos como la globalización y todo el conjunto de fenómenos económicos y sociales que está desatando: deslocalización de empresas, trabajo en precario, limitación de los derechos humanos, homogeneización de costumbres y pérdidas de identidad… Todo ello afecta de lleno al carisma vicenciano, que nos urge al compromiso con la justicia y la lucha por la dignidad de todos los seres humanos. Así lo determina la Regla cuando reconoce que “los Vicentinos escuchan la voz de la Iglesia que exige que participen en la creación de un orden social más equitativo y compasivo, fomentando la cultura de la vida y la civilización del amor” (7.2) El pluralismo creciente en nuestra sociedad también resulta un reto difícil de asumir. Frente a una sociedad muy homogénea hace unos años en la que apenas se manifestaban formas distintas de pensar, creer o vivir, hoy nos encontramos con una gran diversidad: de credos religiosos, de ideologías, de razas, de proyectos políticos o sociales… Y esto reclama de nosotros no el encerrarnos en nuestras posiciones, sino apertura y tolerancia, respeto y aceptación mutua. Como dice la Regla, “la Sociedad fomenta la comprensión, la cooperación y el amor mutuos entre personas de distintas culturas, religiones, origen étnico y grupo social, y así contribuye a la paz y la unidad de los pueblos” (7.7)

Tenemos igualmente ante nosotros el desafío del individualismo. Hay una tendencia a interesarse tan sólo por lo que afecta a cada uno y a prescindir de la situación de los demás. Vivimos en casas o urbanizaciones cada vez más cerradas y con apenas relación entre los vecinos. Importa el “yo” con sus componentes: mi cuerpo, mi salud, mis cosas, mis vacaciones, mi trabajo, mis aficiones… Y todo esto está reclamando de nosotros mayor solidaridad, un esfuerzo real por la fraternidad. De hecho, ya se marca en la Regla que “los Vicentinos se esfuerzan por establecer relaciones que se basen en la confianza y en la amistad. Conscientes de su propia fragilidad y debilidad, sus corazones laten al unísono con los pobres. No juzgan a los que sirven. Por el contrario, tratan de comprenderlos como a un hermano” (1.9)

La indiferencia religiosa es otro de nuestros retos en la sociedad en que vivimos. Entre nosotros, la gente tiende a pasar de la religión y a centrarse en las necesidades o en los intereses más inmediatos: el trabajo, la carrera, las vacaciones, el piso, el coche… En un mundo de adelantos técnicos y de metas cortas apenas encuentra cabida Dios y poco cuenta su proyecto del Reino o su llamada a la conversión. Por eso es tan importante traslucir la vocación de los vicentinos: “seguir a Cristo, a través del servicio a los que lo necesitan, y de esta forma ser testigos de Su amor compasivo y liberador” (1.2)

Sentimos, además, especialmente el desafío de la pobreza. La crisis económica, el paro masivo, las políticas de recortes, los trabajos en precario, el fenómeno de la inmigración ha ido aumentando entre nosotros el número de los empobrecidos. A veces tendemos a conformarnos con lamentarlo o con alguna asistencia, pero nuestra fe cristiana y nuestro carisma vicenciano nos exigen una respuesta más radical: de compromiso, de colaboración, de promoción, de esfuerzo por la dignidad de los pobres y lucha por la justicia, de una caridad audaz y lúcida. La Regla llama a “buscar y encontrar a las personas necesitadas y a las que son víctimas del olvido, de la exclusión o de la adversidad” (1.5) y compromete a los consocios a “identificar las causas raíces de la pobreza y a contribuir a su eliminación” (7.1)

La conciencia de que estamos en una época nueva reclama también de la Vida Consagrada y de los Vicentinos profundizar en una vida espiritual más intensa. Una espiritualidad de la inclusión, que nos abra a la forja de unas comunidades vivas en las que tengan cabida los excluidos sociales. Una espiritualidad del diálogo, que nos acerque a las necesidades reales de los hombres y mujeres de hoy para poder ilusionarlos con la fuerza del Evangelio. Una espiritualidad de la comunicación y el encuentro, que partiendo de una profunda experiencia de Dios haga posible dar testimonio de Él en la relación con las personas. Una espiritualidad de la presencia, que nos lleva a la cercanía creyente a tanta gente que vive sola, soportando el desinterés familiar y la indiferencia social. Una espiritualidad compasiva, que hace suya la misericordia de Dios y se muestra sensible al dolor y al sufrimiento de tantos en nuestro mundo. Una espiritualidad de la alegría y la felicidad, que vive el gozo del creer cristiano, se identifica con la persona de Jesucristo, se deja animar por su Espíritu y es capaz de dar testimonio de que merece la pena creer, porque de la fe nace la esperanza, y la solidaridad, y el servicio, y el amor, y la felicidad, y la vida. Una espiritualidad de la ternura y la misericordia, que nace de la vivencia de un Dios clemente y compasivo, con entrañas de misericordia, que se compadece de los débiles y se entrega a los necesitados, un Dios que en Jesús ha salido a nuestro encuentro, se ha hecho uno de nosotros y quiere hacernos como Él es. La Vida Consagrada, dice el Papa Francisco, es un “capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo”. Porque la suscita el Espíritu Santo y la mantiene cada día su gracia está llamada a ser muy fecunda en el presente y en el futuro. Como vicentinos, demos gracias a Dios por la presencia de ese estilo de vida cristiano en nuestra Familia espiritual y busquemos su fortalecimiento para el bien de la Iglesia, de nuestra misma Sociedad y de los pobres.

Autor: Padre Santiago Azcarate C.M., Asesor Religioso Nacional de la SSVP en España
Fuente: http://www.ssvp.es/

 

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