Respondiendo a la pregunta: «¿Cómo voy a celebrar este Año Santo de la Misericordia?»
Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. Así empieza el último número, el 25, de la Bula Misericordiae Vultus del Papa Francisco. A mi parecer, resume claramente cuál ha de ser el sentir de fondo de todos nosotros al celebrar este Año Jubilar.
Cierto que se nos pide que sea un año dedicado de manera especial a vivir la misericordia. Pero bien cierto es, también, que deberíamos agradecer, pedir y vivir de manera normal, cada día, todos los años, este don divino que es la misericordia. De hecho, en toda la Bula, el Papa no plantea vivencias sorprendentes o novedosas; se remite a lo que debería ser la práctica cotidiana y asidua de la misericordia: escucha e interiorización de la Palabra de Dios, peregrinación, hacer experiencia de las periferias existenciales, practicar las obras de misericordia, vivir la conversión y celebrar la reconciliación, sentirnos enviados a anunciar esa misericordia de Dios a todos los hombres, alejarnos de la corrupción y practicar la justicia.
Lo extraordinario de este Año es que nos demos cuenta que ésa debería ser la práctica cotidiana de cada cristiano, pero no lo es. Y por eso, el Papa dice, en ese mismo número 25, que en este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. Ese quiero que sea el eje central de mi vivencia en este Año Jubilar de la Misericordia: permitir que Dios destrabe mi corazón para sentir su misericordia ante mi miseria, dejando así de ser un miserable y acercarme más al mísero.
Porque la misericordia es la disposición que mueve a Dios a amar a la humanidad y ésta ha de ser la disposición de todo cristiano y de todo vicenciano. Es ésta una disposición que nos hace compadecernos desde lo más hondo de nuestro ser, desde nuestras entrañas, de los sufrimientos, de las penalidades, de la vida de los más míseros de nuestro mundo. Los míseros, esos hermanos nuestros que son desdichados, indigentes, desafortunados, menesterosos, necesitados…, en definitiva, pobres. Ante ellos, o abro mi corazón y mis entrañas y me dejo “tocar” por sus vidas y me conmuevo y acudo en su ayuda, o me convierto en un auténtico miserable, un desgraciado, mezquino y despreciable ser que ha endurecido su corazón como en Meribá (Sal 94).
Ante el mísero, o eres misericordioso o eres un miserable; o le abres tu corazón o le giras la cara. Creo que no hay término medio.
Hay una escena de la película musical Los miserables en la que Anne Hathaway canta la canción I Dreamed a Dream (Yo tuve un sueño) que empieza diciendo: Sueño hace ya tiempo, cuando había esperanza y vivir valía la pena, soñé que el amor no moriría nunca; soñé que Dios perdonaría. Pero, al final de la canción, desencantada, desengañada y desalentada, canta: Pero hay sueños que no pueden ser y hay temporales que no podemos capear. Soñé que mi vida sería tan diferente de este infierno en el que vivo, tan diferente ahora de lo que parecía. Ahora la vida ha matado el sueño que soñé. Confieso que cuando la oigo y miro la escena se me pone la piel de gallina y un nudo atenaza mi garganta. Y esa misma sensación tengo cuando hay gente mísera que te cuenta sus vidas desgraciadas y desdichadas, y sientes que, aquellos sueños que un día albergaron, ahora los ha matado la propia existencia miserable que llevan muchos miserables seres humanos.
Quisiera, en este Año, no ser un miserable más; quisiera abrirme a la misericordia divina que perdone mis faltas de caridad hacia mis hermanos y hacia los míseros; y quisiera abrir mi corazón misericordioso y todo mi ser a los míseros con los que me encuentro, y mostrarles las entrañas de misericordia de nuestro Dios (Lc 1, 78) que les permita creer que su sueño de una vida diferente es posible, y la vean realizada en parte ya en este mundo.
Autor: José Luis López Gallardo, C.M.
Fuente: Boletín Vicenciano, Congregación de la Misión, provincias de Madrid, Salamanca y Barcelona, nº 3, diciembre de 2015.
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