El 21 de diciembre tuvo lugar la presentación oficial de la edición de la correspondencia de Federico Ozanam en español, en la Basílica de La Milagrosa de Madrid. En ella, sor María Ángeles Infante HC dio una muy interesante charla sobre su figura, que reproducimos a continuación con nuestro agradecimiento a la autora.
Por: Sor Mª Ángeles Infante, HC
Federico Ozanam, un santo polifacético y modélico
Federico Ozanam, hombre polifacético y modélico
Es para mí una satisfacción estar aquí en esta mesa con el objetivo de presentar la figura del beato Federico Ozanam con motivo de la edición de su correspondencia. Quiero iniciar mi reflexión recordando el breve retrato que hizo de su persona el historiador vicenciano José Mª Román Fuentes en 1990, siete años antes de su beatificación:
Ozanam fue el iniciador de la teología del laicado… Su vida y su obra son la teología del laicado en acción, y toda teología del laicado tendrá que estudiarlas muy a fondo, si quiere de verdad llegar a definir la misión, el apostolado y la vocación del laico en la Iglesia. Ahí está el secreto de su pervivencia y de la pervivencia de su obra. ( José Mª Román, cm en Federico Ozanam,, precursor de la actual teología del laicado. pp. 38-39)
Sor Teresa Candelas en la biografía que escribió con motivo de su beatificación, destaca la riqueza de su personalidad y su carácter polifacético, siguiendo a los biógrafos que escribieron sobre él a finales del siglo XIX:
“Federico Ozanam fue en su día una voz arrebatada y profética ante una multitud desorientada. Precursor de un quehacer laico en una Iglesia estancada por el paso de la «revolución» y que él, en su amor hacia ella pretendió iluminar cual ardiente antorcha que se eleva hacia lo alto. Fue un hombre de gran hondura espiritual, pleno de amor a Dios, sin superficialidades ni incoherencias. Ecuánime en la juventud, sensato en la madurez, responsable en sus estudios y en la universidad. Hombre muy cariñoso con los amigos y en la intimidad del hogar. Cristiano consciente y comprometido, supo hacer valer sus convicciones en cualquier ambiente de la vida por muy hostil que se presentara. Apareció como un «injerto» en el árbol revolucionario que Vicente de Paúl plantara en el siglo XVII, en la Iglesia de Francia, contribuyendo así, con una «nueva rama», la sociedad de San Vicente de Paúl, al crecimiento de la familia vicenciana”
Federico Ozanam nació el 23 de abril de 1813, en Milán y murió el 8 de septiembre de 1853, en Marsella dejando atrás 40 años de compromiso cristiano, labor social y caritativa entre los pobres, largas horas de trabajo docente en la Universidad forjando hombres nuevos y muchas cosas más… Desde su juventud decidió tomar a San Vicente de Paul como patrono porque sintió la llamada del Espíritu Santo a ser injerto renovador del árbol de la caridad en la Iglesia. Arrastró a una buena parte de la juventud de su tiempo al carisma de la caridad. Y lo hizo con humildad y sencillez, con la naturalidad de quien vive anclado en Dios pero con los pies bien insertos en los surcos del mundo. Fue un hombre inteligente, sensible, coherente y responsable de administrar bien su tiempo para hacer el bien. Afectivo y atento a las necesidades de su época, llegó a sentirse atraído por Dios, la Iglesia y los pobres. Y todo esto lo vivió desde su vocación de laico comprometido con la Fe recibida en su Bautismo.
Sus cartas ponen de relieve estas cualidades y, sobre todo, la hondura de su fe. Federico se adelantó a la visión del Concilio Vaticano II sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia. Ozanam se muestra como un personaje polifacético, importante en la historia del mundo y de la Iglesia:
- Por la influencia que tuvo sobre la juventud católica.
- Por fundar, junto con otros seis jóvenes, la Sociedad de San Vicente de Paúl.
- Por la lucha y revolución en la doctrina social cristiana, comprometido desde su condición de laico bautizado.
- Por su entrega al servicio de la caridad.
- Por ser un gran intelectual, el profesor más joven de la Universidad de la Sorbona de París.
- Pero ante todo y, sobre todo, por su gran talla humana como hombre sabio, como cristiano, como esposo, como padre y como amigo. Fue el hombre de las bienaventuranzas evangélicas: de espíritu humilde, bondadoso y de corazón puro.
Vamos a contemplar ahora las cuatro facetas más importantes de su vida; todas convergen como las aristas y caras de un tetraedro cristalizado, a modo de un magnífico cuarzo, en cuatro vértices armónicos que forman una unidad: Dios, la familia, los pobres y la historia. Veamos estas caras:
- El hombre, el amigo y defensor de la familia
- El amigo de los pobres, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
- El creyente intelectual, sabio y buscador de la Verdad y la Justicia
- El escrutador de los signos de los tiempos, comprometido con la Iglesia.
1.- El hombre, entusiasta defensor de la familia
Federico Ozanam es un hombre creyente que cuidó la familia y fraguó los cimientos de su santidad y riqueza personal en el seno de una familia formada por Juan Antonio Francisco Ozanam, médico, y María Nantas, hija de un comerciante de sedas, ambos asentados en Lyon. De este matrimonio profundamente creyente nació Federico en 1813, cuatro años después de que los padres emigraran a Milán en 1809 por motivos de trabajo. Es el quinto de los catorce hijos que tuvieron de los que solo tres llegaron a ser adultos. El buen Dr. Ozanám permaneció en Milán siete años (1809-1816), motivo por el que nació allí Federico. Italia y Lyon marcarán su vida y su obra. La alternancia entre Italia y Francia explica la doble tendencia de su espíritu, delicado y sensible por un lado, y, por otro, positivo y pragmático, pero siempre arraigado fuertemente en la fe de sus padres.
Las derrotas de Napoleón obligaron a la familia Ozanam a dejar Milán el 31 de octubre de 1816. Se instalan de nuevo en Lyon, y el Dr. Ozanam será médico del hospital “Hotel-Dieu”. En Lyon recibe Federico la primera comunión a los 13 años. Percibe con tal hondura la experiencia de la presencia divina que jamás lo olvidará. El recuerdo de este hecho será estímulo y aliento cuando llegaron las dudas de fe entre los 18 y 20 años de edad. Es entonces cuando escribió: “Me siento apegado a la Religión por admiración y por razón, pero también palpo la falta de fervor y de caridad, lo cual me hace sufrir, pero mi confesor me dice que ese tipo de tentación es frecuente a mi edad”.
La familia de Ozanan fue muy probada por la muerte. Uno tras otro murieron once hijos. Federico vio morir a cinco hermanos, entre ellos Elisa, el ángel de la guarda de los más pequeños y el consuelo de sus padres. Ésta murió a los 19 años. En 1824 nació Carlos (1824-1890), el hermano menor, que seguirá la carrera sanitaria de su padre. El mayor Alfonso (1804-1888), fue sacerdote y alcanzó el honor del episcopado. Carlos, el más pequeño (1824-1890), se dedicó a la medicina como su padre; y Federico al apostolado con los laicos y la práctica de la caridad.
Aun en medio de las dudas, en la “noche de la fe”, Federico se empeñó en perseverar en sus deberes religiosos, en rezar, en recibir los sacramentos, aconsejado por su confesor. Libre de condicionamientos externos y fiel a su conciencia, se marcó en su adolescencia un proyecto personal de vida cristiana que tenía como líneas ejes: la oración, la justicia, la sinceridad a toda prueba y LA DEFENSA DE LA VERDAD.
Federico había iniciado los estudios secundarios en Lyon en 1822. Era un estudiante brillante y ávido lector. A los 17 años ya dominaba varias lenguas y a su muerte dicen los testigos que hablaba siete idiomas (italiano, francés, latín, griego, español, alemán y hebreo). En 1831 se instala en París para estudiar Derecho en la Sorbona, siguiendo el consejo de sus padres. Enseguida frecuentó los ambientes intelectuales, colaborando en revistas y periódicos como: L’Univers, Le correspondant, La Revue Européen, y L’Ere nouvelle. Participa en las llamadas Conferencias de Historia, círculo de debates sobre religión y política fundadas y propiciadas por su profesor Enmanuel Bailly.
De mano de este profesor de filosofía conoció Federico a san Vicente de Paul a su llegada a Paris. La familia Bailly estaba muy ligada a la Congregación de la Misión por tener varios miembros en la misma. Además durante la revolución fue esta familia quien guardó y salvó las reliquias del santo. Federico decidió tomar por patrono a San Vicente y como él dedicarse a la caridad pero en calidad de laico comprometido, a pesar de la orientación hacia la vida religiosa que le proponía su director, el dominico P. Juan Bautista Enrique Lacordaire. En mayo de 1833 siendo estudiante funda, junto con otros compañeros, las Conferencias de Caridad (origen de la Sociedad de San Vicente de Paúl). Poseía autoridad moral, académica y religiosa como verdadero líder.
Federico es un hombre culto, creyente y verdadero defensor de la familia. Estudió Derecho para no disgustar a sus padres, sabiendo que su vocación era la Literatura e Historia. Su padre enseñó a sus hijos a vivir la profesión como vocación. Así lo vivió él como médico de familia. Decía que había que estar dispuesto a dar la vida por los enfermos. Y lo que enseñaba, el Dr. Ozanám lo mostró con obras durante las revueltas de 1831 y el cólera mortífero de 1832.
Federico se doctoró en Derecho en 1836, con 23 años… Tras la muerte de su padre en 1837, estudió la Licenciatura en Letras, que culminó en 1839, año de la muerte de su madre. Por su cultura y brillante carrera universitaria, es elegido profesor suplente de la Sorbona en 1840 y, más tarde, en 1844, profesor titular de la cátedra de Literatura Extranjera. En 1841 se casa con Amélie Soulacroix, en Lyon, el 23 de junio. Bendice su matrimonio Alfonso, su hermano mayor. Fruto de su amor esposa nace su hija Marie, en 1845 a la que transmite la fe y el sentido de Dios con responsabilidad y cariño filial. Con libertad y coherencia manifiesta lo que es: esposo y padre católico, profesor y escritor católico, laico comprometido en la transformación de la sociedad que vive todas las facetas de su existencia desde la fe, la justicia y la verdad.
La muerte de los padres unió mucho a los tres hermanos Ozanam, Alfonso, Federico y Carlos, que recordarán siempre la fe firme de sus padres y su caridad con los necesitados. Su madre, a pesar de los continuos embarazos, encontraba tiempo para integrarse en la Sociedad de Veladoras de la parroquia, que velaban en la noche y por turno, a mujeres enfermas o desamparadas. Las cartas reflejan el cariño que tiene Federico a su familia y las gestiones que realiza para mantener la unión familiar y el recuerdo vital de las convicciones recibidas.
Cuando Federico se casa con Amelia Soulacroix, el 23 de junio de 1841, tenía 28 años y Amelia 20. Su hermano Alfonso, sacerdote, bendijo la unión matrimonial. Fue testigo su hermano Carlos, el médico. Federico temblaba al colocar el anillo en el dedo de Amelia. El mismo dijo a su amigo Francisco Lallier el 28 de junio de 1841: “Apenas podía contener las lágrimas, lágrimas de felicidad. Y, al oír las palabras de la Consagración, sentí la bendición divina descender sobre mi… En los cinco días que llevamos juntos, me he permitido ser feliz. No cuento ni los minutos ni las horas. He perdido el sentido del tiempo. ¿Qué importa el futuro? La felicidad en el presente es eternidad. He encontrado el cielo.»
Federico nunca cesó de alabar a Amelia ni de hablar de su amor por ella. Manifiesta abiertamente su amor con estas palabras que escribe: “Ven, mi bien amada, paloma mía, ángel mío, ven a mis brazos, a mi corazón, vena traerme el tuyo tan puro y tan generoso; ven y que Dios te bendiga porque después de dos años nos amamos mil veces más que el primer día!” Federico nunca se olvidó de dar flores a Amelia el 23 de cada mes, aniversario del día de su boda, incluso el 23 de agosto de 1853, ya en su lecho de muerte.
También pasó un tiempo precioso con su hija, María, a quién enseñó a leer. Escribiendo a un amigo narra el gozo espiritual experimentado en el bautizo de su hija. Cuando María tenía dos años y medio, Federico y Amelia la llevaron con ellos, por primera vez, a visitar a los pobres en la calle Mouffetard, donde vivía Sor Rosalía Rendu. Ella, a medida que iba creciendo, ayudaba a los pobres dando pequeñas cosas, incluidos juguetes suyos a los niños. Sus padres la enseñaron a compartir desde muy temprana edad.
Es justo decir que también Amelia Soulacroix adoraba a Federico. Le cuidó maravillosamente durante toda su vida. Como hija de educador, comprendía lo que significaba ser profesor en una institución superior. En 1846 cuando Federico sufre los primeros síntomas de una grave infección renal, ella está a su lado apoyándole. Le acompaña y anima en medio de la enfermedad que lo llevará, lenta y dolorosamente, a una muerte prematura a los 40 años. Amelia, aconsejada por los médicos, lo llevó a Italia esperando que el clima más cálido y la presencia de los amigos le restablecieran. Una vez allá y con poca salud, Federico fundó varias Conferencias, especialmente en algunas ciudades que se habían resistido a su establecimiento. Su estancia en Italia fue relativamente tranquila. Sorprendentemente se calmaron los dolores, pero no se curó. Volvió a Francia y en medio de la enfermedad, aceptada con fiel sumisión a la voluntad de Dios, sigue haciendo lo que puede. Al agravarse recibió el Sacramento de la Unción de Enfermos. El sacerdote animó a Federico a no temer al Señor. Él replicó: ¿Por qué he de temerle? ¡Le amo tanto! (Testimonio de Baunard). Federico entró en coma. Salía frecuentemente de él y cuando abría los ojos era para rezar una breve oración, apretar la mano de Amelia o dar las gracias a los que le cuidaban.
El día 23 de abril de 1853, pocos meses antes de su muerte, elevó a Dios una oración por las gracias recibidas, evocando la herencia espiritual recibida de sus padres:
Dios me ha hecho la gracia de nacer en la fe. Señor me habéis hecho antes de nacer el mayor don al formar Vos mismo el corazón de mi madre. Habéis hecho a esta santa mujer para que me llevase en su seno. En sus rodillas he aprendido a temeros y en su mirada he visto vuestro AMOR. Habéis conservado, a través de azarosos tiempos el alma cristiana de mi padre. A pesar de todo, conservó su fe, un carácter noble, un gran sentimiento de la justicia y una infatigable caridad hacia los pobres. Cuando tuve la desgracia de revisar sus cuentas, encontré que la tercera parte de las visitas a sus pacientes eran hechas sin esperanzas de pago. Tengo que añadir que amaba el trabajo, tenía el gusto de lo grande y lo bello, había leído la Biblia de Calmet y sabía Latín como no lo sabemos los profesores. Este es, Dios mío, el primero de vuestros regalos, haberme dado tales padres y más todavía, les habéis dado el secreto de educar bien a sus hijos.
El 8 de Septiembre de 1853, pasó un día tranquilo. Su última carta refleja una serenidad poco común. Por la tarde, su respiración se volvió fatigosa y fuerte. Abrió los ojos, miró a quienes le rodeaban, y gritó con fuerte voz: “Dios mío, Dios mío, ten piedad de mí” (Baunard). Federico exhaló su último suspiro.
Amelia Ozanám dice de su marido:
«Nunca le vi despertarse o ir a dormir sin hacer la señal de la cruz y rezar. Por la mañana leía la Biblia, en Griego, en la que meditaba durante media hora. (A esto llamaba Federico su «pan de cada día”.) En los últimos años de su vida, iba a Misa cada día para su sustento y consuelo. Nunca emprendía nada importante sin hacer oración. Antes de salir para las clases, se arrodillaba siempre para pedir a Dios la gracia de no decir nada que atrajera la alabanza hacia sí, sino hablar únicamente para la mayor gloria de Dios y el servicio de la verdad.» (Testimonios sobre su vida. París, p.128).
De sus padres había aprendido a integrar el sufrimiento en su vida y darle sentido a la luz de la fe. Así lo hizo él y así murió -el 8 de septiembre de 1853-, en una actitud de entrega total a Dios.
2.- El amigo de los pobres, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Federico había nacido en los últimos coletazos de la Revolución francesa cuando Napoleón comenzaba a declinar. Le tocó vivir su juventud en momentos de cambio de mentalidad, resaca de la Revolución francesa, revoluciones burguesas, fuerte explosión demográfica, revolución industrial, avances técnicos… En el primer cuarto del siglo XIX Francia pasa de 26.000.000 habitantes a 32.000.000. La mayoría del pueblo estaba condicionada por el hambre, la falta de salud y la pobreza extrema. Cuando Ozanam funda las Conferencias en 1833, una de cada doce personas de Francia vivía en la miseria.
Durante su estancia en París como estudiante, Federico Ozanam, además de las clases universitarias, asistía a las reuniones del grupo de «Les Bonnes Etudes» dirigido por su profesor Enmanuel Bailly. Este grupo se transformó en 1832 en las Conferencias de la Historia. Federico, celoso por ayudar a los jóvenes que, como él, se sentían fuertemente desarraigados del hogar paterno, pensó en reunirlos para formar una Asociación. Comunica estas inquietudes a su primo: «Quisiera formar una reunión de amigos que trabajaran juntos en el edificio de la ciencia bajo el pensamiento católico». La ocasión se la brindó un joven, Juan Brouet, que le lanzó un reto en una de las reuniones de la Conferencia de la Historia. Les echó en cara el contraste de la acción cristiana de la antigüedad con la debilidad del momento presente, diciéndole que el cristianismo se iba a extinguir. Esta fue la chispa que puso en funcionamiento la creatividad y caridad del joven Ozanam, lleno de amor a Dios y a los pobres. Este fue el toque de atención. Entonces cayó en la cuenta de que no es suficiente profesar la fe, sino que es necesario actuar.
Con humildad y creatividad pensó una fórmula para encauzar la solidaridad juvenil y aliviar a los pobres: Las Conferencias de San Vicente de Paúl, asociación cuyos miembros unificaban la fe práctica con las obras de caridad. Comenzaron a visitar a los pobres y se dejaron orientar y guíar por Sor Rosalía Rendu. Su lema: “Mirar siempre hacia adelante”. El primer Presidente de las mismas fue Enmanuel Bailly, profesor de la Universidad y director del periódico “La Tribuna Católica”. Federico Ozanam quedó como vicepresidente, junto a sus amigos Auguste Le Taillandier, Paul Lamarche, Felix Clave, Francois Lellier y Jules Devaux.
Durante los primeros meses La Conferencia actuaba cerrada, solo podían pertenecer los miembros fundadores, luego se permitió la entrada al poeta Gustave de la Nou. Y con él, se dio apertura a todas las personas que aceptaran ser “obreros del bien” ejerciendo la caridad con los pobres. Entre los nuevos miembros se destacó León Le Prevost, quién fundó la orden religiosa: “Los Hermanos de San Vicente de Paul”.
Las Conferencias de San Vicente de Paúl fueron creciendo hasta formar, no una Asociación, sino una Sociedad, fundada por y para los jóvenes. Al principio Sor Rosalía Rendu les daba los bonos para repartir a las familias necesitadas, pero luego se constituyeron en Sociedad y organizaron la caridad con bonos propios. Federico proponía a sus amigos y compañeros vivir en una entrega generosa que destierre la inercia de lo más profundo de las almas, y fomente la donación gratuita de su tiempo y saber a los pobres. Este es el rasgo original y permanente de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Los fundadores fueron jóvenes, no sólo de edad, sino jóvenes de ilusión, entusiasmo, ideas y proyectos que además de practicar la caridad, les servía de base para salvaguardar su fe y juventud. En el preámbulo del Reglamento, que estuvo vigente hasta el Concilio Vaticano II, se lee:
«El espíritu joven consiste en dinamismo, entusiasmo, proyección para el porvenir, es la aceptación generosa de los riesgos, es la imaginación creadora; sobre todo es la adaptabilidad, propiedad esencial de la juventud, mucho más importante que la adaptación que puede transformarse en esclerosis cuando se ha perdido el deseo de adaptarse de nuevo. Dar a los jóvenes las mayores facilidades para que entren en la Sociedad, comprenderlos, dialogar con ellos, con paciencia recíproca, darles cargos; todo ello es necesario para la captación y mantener la fidelidad a los orígenes de la tradición vicentina de Ozanam.»
Sus fundadores eran jóvenes universitarios, pero no dudaron en ponerse a las órdenes de un hombre maduro, Enmanuel Bailly, de cuarenta años, casado, profesor de filosofía en la Universidad y de sabia experiencia. Era además director del periódico La Tribune Catholique. La primera Conferencia tuvo lugar en mayo de 1833 en la casa de Bailly, calle de Petit Bourbon Saint Sulpice n° 8. El profesor Bailly fue elegido presidente de la Sociedad y ejerció como tal durante los once primeros años, hasta que se organizó y consolidó la Sociedad. Junto a estos jóvenes comenzaron a llegar otros, menos jóvenes que aportaron su prudencia y su experiencia. Bailly así lo indicó en sendas circulares:
«Nuestras Conferencias, compuestas en sus principios de jóvenes, se han aumentado en todas partes, con gran número de hombres avezados en la práctica de toda clase de obras buenas:» (Circular 14-VIII-1841). «El espíritu de conservación y de permanencia es el que caracteriza a las sociedades cristianas y caritativas. Parece muy aplicable al caso aquel axioma vulgar: No cortes árboles viejos para plantar árboles nuevos, porque eso sería sacrificar lo cierto a los dudoso: déjese, pues, que crezcan los unos sin arrancar- los otros. Verdad es que los nuevos, llenos de savia, son garantía del porvenir; pero los antiguos protegen a los nuevos y dan generalmente más sombra y más frutos.» (Circular 1-XII-1842).
El secreto de la fundación de las Conferencias lo expresa de forma clara el propio Federico: Una convicción movía su voluntad: «Este no es el mundo que Dios y nosotros queremos». Y siguió el ejemplo de Jesús, que dedicó su vida a la salvación de los hombres e invitó a otros a colaborar en la misma tarea. Alentado por el Espíritu de Dios y apoyado en su inteligencia y espíritu organizador, inició su «Obra» invitando a otros a comprometer su vida de una manera organizada. Y así nacieron las Conferencias.
Las cartas que escribió Federico Ozanam durante los 5 años que residió como estudiante de Derecho en París (1831-36), nos revelan su alma. Escritas en el ardor de su juventud, expresan sus deseos, proyectos y dificultades… A veces se siente solo, la corrupción del ambiente le inspira terror y por ello necesita agruparse para contrarrestar esta situación de la época. Su ardiente generosidad se inflama y escribe: «La tierra se enfría y a nosotros, los católicos, nos toca dar el calor vital que no existe. Somos nosotros los que tenemos que volver a empezar igual que los mártires…” Estos jóvenes estudiantes cristianos tenían una sola pasión, el cristianismo, la Iglesia, la defensa de esta institución, amada y venerada, contra los ataques virulentos del espíritu del siglo: el racionalismo. Con un talante de firmeza y caridad, se aplicaron y llevaron a la práctica los consejos paulinos: «Estad alerta, manteneos firmes en la fe, sed hombres robustos y todo ello, con amor.» (I Cor. 16, 15)
Al inicio de la Asociación, tanto Federico como sus amigos, no tenían la menor intención de resolver «una acción o cuestión social», sino que su objetivo era acrecentar en ellos mismos la vida cristiana. Pretendían asegurar su fe y demostrar con obras que el cristianismo no había muerto. A la sombra de Bailly, hombre maduro en años y en experiencia, comienzan su andadura los seis primeros jóvenes. Su deseo de expansión se lo comunicó por carta a su primo y confidente: «Desearía que todos los jóvenes de cabeza y de corazón se unieran para realizar la obra caritativa, y que se formara en todo el país una vasta asociación generosa para aliviar a las clases populares. Ya te explicaré lo que hemos hecho en París, a este respecto, estos años y el pasado».
Los orígenes de las Conferencias calaron en el alma de Federico. Los cuenta el mismo en el discurso inaugural de la Conferencia de Florencia, siete meses antes de su muerte:
«Os halláis delante de uno de aquellos ocho estudiantes que, hace veinte años, en Mayo de 1833 se reunieron por vez primera al amparo de la sombra de San Vicente de Paúl, en la capital de Francia… Sentíamos el deseo y la necesidad de mantener nuestra fe en medio de las acometidas efectuadas por las diversas escuelas de los falsos profetas… Entonces fue cuando nos dijimos ¡trabajemos! Hagamos algo que esté conforme con nuestra fe. Pero ¿qué podríamos hacer para ser católicos de veras sino consagrarnos a aquello que más agradaba a Dios? Socorramos, pues, a nuestro prójimo como hacía Jesucristo, y pongamos nuestra fe bajo las alas protectoras de la caridad. Unánimes en este pensamiento nos juntamos «ocho..:» Sí, realmente para que Dios bendiga nuestro apostolado, una cosa falta: Obras de caridad. La bendición de los pobres es la bendición de Dios. Dios había determinado formar una gran familia de hermanos que se difundiese. Por ahí veréis que no podemos nosotros llamarnos con verdad los fundadores, sino que es Dios quien la ha fundado y la ha querido así»
Este lenguaje es común a todos los fundadores. Sentirse «superados» por Dios en sus ideas iniciales y proyectos de fundación. San Vicente de Paúl decía lo mismo a las primeras Hermanas en la conferencia del 14 de junio de 1643: «Yo no pensaba en ello, ni el Sr. Portail, ni la Señorita Legrás, Dios lo pensaba por nosotros, es Él, el que podemos decir que es el autor de vuestra Compañía». Federico Ozanam había descubierto que, la forma más segura de conservar y mantener viva su fe era poner la Obra al servicio de los necesitados.
¿Qué misión desempeñó Sor Rosalía Rendu en el origen de las Conferencias? La misma tarde en que habían sido recriminados por los enemigos de la religión, junto con su amigo Le Taillandier, fueron a llevar a una familia necesitada las provisiones de leña que se reservaban para pasar el invierno. Fue un rasgo heroico pero individual, hacía falta algo organizado. Bailly les puso en contacto con Sor Rosalía Rendu, popular en Paris por su servicio y entrega en el barrio de Mouffetard, cercano al barrio Latino donde vivían los jóvenes estudiantes. De esta mujer admirable y sencilla, aprendieron la generosidad y apertura a toda miseria y sufrimiento humano. De la Casa de Sor Rosalía salieron consignas y misiones de servicio que recorrieron el barrio como verdaderos mensajeros de caridad. Sor Rosalía les orientó y les proporcionó direcciones de familias necesitadas, así como un amplio crédito con el que pudieron afrontar el comienzo de la Sociedad y distribuir abundantes limosnas. Junto con los «bonos», estos jóvenes aportaron a las gentes el regalo de la cordialidad y joven simpatía, a través de la visita personal, amiga y fraternal.
El carácter y la vinculación tan marcadamente vicenciana de las Conferencias de San Vicente de Paúl se debe, en parte, a los primeros contactos con Sor Rosalía Rendu, que, a través de su persona y de su Obra, reflejaba fielmente el espíritu de San Vicente de Paúl. Esta Hermana asombró a la ciudad de París en la primera mitad del siglo XIX, con el testimonio vivo de su amor a todos. Tuvo contactos con ricos y obreros, jóvenes y ancianos, desde el Emperador hasta el último. Federico Ozanam y sus compañeros aprendieron de ella a acercarse a los humildes y necesitados. Nadie marchaba de su lado sin recibir ayuda, orientación y consuelo. Su corazón, abierto a toda necesidad y miseria, comprendía el sufrimiento y se ganaba a todos.
Los miembros de las Conferencias colaboraron también estrechamente con Sor Rosalía durante la época del cólera. Ella los organizó por todos los barrios de París para auxiliar a los apestados, cuando el terror se había apoderado de la población, y dieron ejemplo de su celo, sobre todo, en el Departamento XII de París. En la miseria y abandono de los pobres, llegará tanto Ozanam como sus compañeros a descubrir, como Sor Rosalía, que los pobres son el sacramento de Cristo, como afirma el teólogo J. Moltman: Los pobres antes de destinatarios de nuestros servicios, son presencia latente en el mundo del Señor crucificado. Cristo y los pobres son un binomio inseparable.
En 1835, el señor Le Prévost propuso desdoblar la Conferencia a fin de extender la caridad y establecer la Conferencia en la Parroquia de San Sulpicio. Ante las discusiones, bastó decir que la idea procedía de Sor Rosalía para que fuera aceptada. Gracias a ella, fue aumentando su expansión hasta cumplirse la visión profética de Ozanam: «Llegarán a cerrar al mundo dentro de una red de caridad”. De seis jóvenes, que eran en un principio, pronto pasarán a ser quince; y enseguida se juntaron más de cien. De una Conferencia en París, ubicada en la Parroquia de Saint Etiene du Mont, fue necesario pensar en una división a causa del número. Con este motivo escribe al Sr. Bailly: «Pienso que ha llegado la hora de extender la esfera del bien. Las Conferencias tan numerosas conviene dividirlas en secciones».
Les costó separarse, pero se dividieron en cuatro delegaciones, tomando el nombre de las Parroquias en donde se establecían: Saint Philippe du Roule, Saint Sulpice y Notr-e-Dame Nouvelle, además de la ya establecida de Saint Etiene du Mont. Y de París saltaron a Nimes, a Lyon… sembrando poco a poco la geografía francesa. La implantación del Reino, la Obra de Dios se multiplicó. Desde un primer momento, San Vicente de Paúl fue el inspirador de las Conferencias, elegido como Titular y Patrono de la Obra. Los «ocho» primeros fueron a ponerse bajo la protección del Santo en la Parroquia de Clichy, primera Parroquia que el santo regentó en París. Participaron en la procesión y llevaron sobre sus hombros las reliquias de su insigne patrono.
Ozanam explicó las razones para ponerse bajo su protección: «Un santo patrono es un modelo. Es menester esforzarse para actuar y realizar las obras como él mismo las realizó. Tomar como modelo a Jesucristo como él lo hizo. Es una vida que hay que perpetuar, en su corazón hay que alentar el propio, en su inteligencia es necesario buscar luces. Es un apoyo en la tierra y un protector en el cielo, a quien se le deben un doble culto de imitación y de invocación. San Vicente de Paúl tiene una inmensa ventaja por la proximidad del tiempo en que vivió, por la variedad infinita de los beneficios que esparció, y además por su universalidad…»
Desde los comienzos Ozanam, al agrupar a sus amigos estudiantes para el servicio de los pobres, se fijó un triple objetivo:
- aportarse unos a otros un apoyo mutuo;
- reforzar su espíritu y su vida de fe dentro del ambiente de ateísmo y anticlericalismo militantes de la época y finalmente,
- demostrar la beneficiosa vitalidad del cristianismo.
Otras connotaciones irán apareciendo, poco a poco, al ir creciendo y consolidándose Las Conferencias. En repetidos escritos y cartas repite la autonomía de la Sociedad y no dependencia de la jerarquía eclesial: «Será profundamente cristiana, pero a la vez será absolutamente laical». Asimismo quedó patente que la Sociedad no tenía connotaciones políticas. En un discurso, que pronunció en Livorno, les explicó su pensamiento:
«Jamás la Sociedad de San Vicente de Paúl se ha mezclado en política, el espíritu de partido está absolutamente excluido y, gracias a Dios, siempre estuvo ajena a las discordias civiles. Tiene sólo un fin: santificar sus miembros en el ejercicio de la caridad y socorrer a los Pobres en sus necesidades corporales y espirituales. Cuatro gobiernos se han sucedido en Francia en el espacio de cuatro años y nuestra Sociedad no ha perdido el carácter exclusivo de Sociedad de caridad, respetando a todos sin hostilidad hacia las personas».
Ozanam aprovecha toda circunstancia para ir explicando una y otra vez los fines y objetivos de la Sociedad. Cuando su amigo Curnier fundó una nueva Conferencia en Nimes, le escribió: «El fin principal de la Sociedad es formar una agrupación o asociación de mutuo aliento para los jóvenes católicos, donde se encuentre amistad, apoyo, ejemplo, un sustitutivo de familia cristiana, en la cual se ha crecido… Luego el lazo más fuerte es el principio de una verdadera amistad, es la caridad, y la caridad no puede existir sin expandirse hacia el exterior”.
Federico quiere que esta caridad sea vivida con intensidad en el seno de la misma Conferencia antes de ser proyectada en las obras de ayuda a los pobres. Por eso lo reafirma en la misma carta a León Cournier: «Es nuestro interés primordial por el que nuestra Asociación ha sido fundada. Si nos damos cita bajo el techo de los pobres, es menos por ellos que por nosotros, es para hacernos amigos…».
A la muerte de Federico Ozanam, las Conferencias de San Vicente de Paul se expandieron por el mundo, llegando a 363. La mayoría estaban en Francia e Italia y había comenzado la expansión internacional: había 17 en Inglaterra, 16 en Holanda y 11 en Canadá. Las Conferencias se iban desplegando por todos los países civilizados.
3.- El creyente intelectual, sabio y buscador de la Verdad y la Justicia
A su llegada a Paris en 1831, tuvo como tutor y orientador al científico André Maria Ampére (1775-1836), físico, inventor del primer telégrafo eléctrico y autor de la teoría del electromagnetismo. Ampére le puso en contacto con intelectuales de talla como Charles Montelambert (1810-1870) y Víctor Hugo (1802-1885), con quienes mantuvo tertulias literarias, interesándoles en el conocimiento del cristianismo social. Conoció también al P. HENRI LACORDAIRE, religioso dominico (1802-1861) que fue su consejero espiritual. Federico lo admiraba y quería; por eso iba al Colegio Stanislas a escuchar sus conferencias y participar en las Conferencias de Historia. De él aprendió a prescindir de las cosas materiales y a mantener la fe y la virtud.
El 10 de junio de 1836 cuando murió André María Ampére en Marsella. Ozanam lo siente en lo más profundo del corazón. Ente aquel acontecimiento escribió estas palabras lapidarias: “Bello fue ver de cerca la obra que el cristianismo había realizado en aquella gran alma: aquella sencillez, pudor del genio que todo lo sabe y tan solo ignora lo mucho que vale, aquella su caridad afable y comunicativa, y su benevolencia que sabía adelantarse a todos, y a todos recibir en sus brazos.”
El 15 de enero de 1831 escribe a sus amigos Fortoul y Huchard contándoles que ha superado la crisis de fe y ha descubierto el papel luminoso de la religión como faro de la humanidad. Siente ya la llamada a crear y organizar las Conferencias:
“Yo permaneceré junto a ella y desde allí extenderé mi brazo para mostrarla como un faro liberador a los que navegan por el mar de la vida, sintiéndome dichoso si algunos amigos vienen a agruparse alrededor de mío. Entonces uniríamos nuestros esfuerzos, crearíamos juntos la obra, otros se unirían a nosotros y tal vez un día la Sociedad se agruparía bajo esta sombra protectora: ¡el catolicismo, lleno de juventud y de fuerza se elevaría súbitamente sobre el mundo y se pondría a la cabeza de este siglo que renace, para conducirle a la civilización y a la felicidad!”
Tres meses más tarde, escribe a otro gran amigo, Augusto Materne, contándole su decisión de asentar su vida sobre el amor a sí mismo, a Dios y a prójimo:
“El amor a mí mismo será la base de mi vida individual, el amor a mis semejantes será la base de mi vida social, el amor a Dios planeará sobre ambos como el primer principio y el fin último de todas mis obras… ¡Oh, amigo mío, que esta ley de amor sea la nuestra para que pisoteando la vanagloria, nuestro corazón no arda más que por Dios, por los hombres y por el verdadero honor. Entonces seremos excelentes católicos y perfectos franceses; entonces seremos felices” (Frederic Ozanam: Letres. Edition critique. Paris. Bloud el Gay, 1971-1978, vol I, p. 41)
Como profesor en La Sorbona tuvo un público selecto. Se beneficiaban de sus clases los estudiantes de su facultad y otras personas que asistían porque estaban interesadas en escuchar sus exposiciones, entre ellos Ernest Renan (1823-1892), quién luego se convirtió en escritor, filólogo e historiador. Renan escribió obras como “Vida de Jesús”, “Orígenes del Cristianismo, “Los Apóstoles y el Anticristo”. Sobre la época que trató a Ozanam dijo: “No salgo nunca de las clases de Ozanam sin sentirme más resuelto a lo grande, más valeroso y más dispuesto a conquistar el futuro.”
Otro que admiraba las clases de Ozanam fue Alphonse de Lamartine (1790-1869), poeta y escritor del romanticismo. Dice de él: “Envolvía la palabra de Ozanam una atmósfera de ternura hacia los hombres, un aire balsámico como procedente del paraíso. En cada uno de sus movimientos respiratorios parecía que nos arrebataba el corazón, dándonos el suyo”. En 1846 fue reconocido como “Caballero de la Legión de Honor”.
Federico Ozanam no se dejaba halagar por los reconocimientos. Era un sabio humilde que sabe reconocer su debilidad y la debilidad de la Iglesia en los momentos en que le tocó vivir. Así lo expresa en carta a su amigo Francisco Lallier. Sabe bien que todo lo que tiene es don recibido, por eso pide ayuda y consejo:
«Ayudémonos unos a otros, mi querido amigo, con el ejemplo y el consejo. Esforcémonos porque nuestra confianza en la Gracia pueda igualar a nuestra desconfianza en la naturaleza. Seamos fuertes incluso en los sufrimientos, ya que la debilidad es la enfermedad de los tiempos. Recordemos que hemos vivido ya un tercio de nuestra existencia, y que hemos vivido de la bondad de los demás; debemos vivir lo que queda para bien de los demás. No dejemos de hacer todo el bien que esté en nuestros manos”. (a Francisco Lallier, oct. 5, 1837).
En 1847 sufrió los primeros síntomas de la enfermedad. Estuvo muy grave. Por consejo de los médicos salió hacia Italia por seis meses. Aprovechó el tiempo estudiando, recopilando informaciones sobre la historia del cristianismo, visitando lugares de la primera época del cristianismo y fundó en varias regiones italianas asociaciones afiliadas a las Conferencias de San Vicente de Paul. Para entonces la Sociedad de San Vicente de Paul contaba con 9.000 miembros y se había hecho internacional. Al regresar a Francia se integró a sus actividades fundamentales que eran las cátedras y la asociación, pero tenía un nuevo concepto sobre el objetivo de Las Conferencias de San Vicente de Paul.
4.- El escrutador de los signos de los tiempos, comprometido con la Iglesia
La Revolución francesa había trastocado todos los estratos de la sociedad, en especial a los más pobres. La imagen de la religión quedó totalmente desprestigiada. La predicación de las doctrinas de la diosa razón y los Derechos del hombre, llevó a la discordia y confusión de ideas esparcidas por doquier, invadiendo sobre todo las clases más humildes. La imagen del sacerdote o de la religiosa quedó desvalorizada, disueltas las congregaciones religiosas y, en muchos ambientes, eran rechazados de forma grosera y violenta. Ozanam supo aprovechar esta coyuntura para sustituir de alguna manera al religioso por el laico. He aquí la novedad. Podemos decir que la caridad se secularizó para que unos mensajeros seglares pudieran infiltrar en estos ambientes un hálito de esperanza, allí donde los estragos de una incipiente industrialización eran evidentes, y el proletariado sufría una gran explotación a causa de su pobreza e ignorancia.
En su trabajo profesional Ozanam fue escrutador de los signos de los tiempos y de la Voluntad de Dios a través de ellos. Cuando inició su actividad como abogado y profesor de Derecho Mercantil en Lyon, orienta su labor de bufete y de cátedra hacia la aplicación de los principios morales del cristianismo a las relaciones laborales, adelantándose en algunos años a las ideas del Papa León XIII.
Enfocó como apostolado eclesial su labor educativa en la cátedra de Literatura de La Sorbona. A través de sus explicaciones y publicaciones demuestra la acción civilizadora de la Iglesia en los estudios realizados sobre Dante, los poetas franciscanos y la síntesis de la Literatura germánica. Defiende con convicciones sólidas la idea de que la Europa, surgida de la Revolución Francesa, encontrará sólo en el cristianismo la fuerza conductora capaz de crear una nueva civilización. Su idea central era la de restaurar todas las cosas en Cristo, algo que han repetido los Papas del siglo XX y el Concilio Vaticano II.
Al insertarse en la Conferencia de la Historia, se pregunta qué se puede hacer para hacer creíble el Evangelio en la historia real del siglo XIX, en medio de la pobreza reinante en las clases populares y obreras. Enseguida concibe la idea de fundar las Conferencias de San Vicente de Paúl. Cuenta con E. Bailly y éste le pone en contacto con Sor Rosalía Rendu. Con ella aprende la organización de la Caridad y la ayuda a los necesitados con un método de dignificación de los pobres. No se dan limosnas sino bonos para hacer compras. La Sociedad de Caridad que Federico fundó no exigía votos religiosos, ni especiales devociones, ni una forma determinada de vida. No estaba dirigida por el clero sino por laicos, los cuales tenían un objetivo muy claro: querían evangelizar anunciando a Jesucristo por la práctica de la caridad con los pobres: visitas, escucha, acompañamiento y unas limosnas llevadas a sus moradas como medio de actuar.
Durante el tiempo en que Federico Ozanam fue Presidente de las Conferencias de Lyon se planteó el problema de cierto cariz espiritualista entre los miembros en el modo y manera de desenvolverse la Sociedad. Ozanam vio aquí un peligro de que pudiera ponerse bajo la dirección eclesiástica, de tal suerte que fuera absorbida por algunas congregaciones religiosas famosas de aquel tiempo. El hecho sería muy loable, pero contrario al fin de las Conferencias. Se llegó a un acuerdo y se establecieron algunas conclusiones: «A partir de la próxima Asamblea General la presidencia efectiva de la reunión deberá ser ejercida, no por el Sr. Cura de San Pedro, sino por el Presidente de la Sociedad. El Sr. Cura sólo honrará la reunión con su presencia».
En el segundo punto de la misma sesión dicen: «El fin de la Sociedad es sobre todo fomentar y propagar en los jóvenes el espíritu cristiano. La unión de intenciones y plegarias son indispensables, y la visita a los pobres debe ser el medio y no el fin de nuestra Asociación». La caridad era el medio empleado por este apostolado laico, destinado a cristianizar un mundo descreído.
Todas estas cuatro facetas y otras más las descubriremos leyendo las cartas, editadas ya en español, de Federico Ozanam
Estimados hermanos: Hermoso y fehaciente documento sobre nuestro entrañable Beato Federico Ozanam. Les escribo desde La Plata, Pcia. de Buenos Aires, República Argentina.
Vicentina de nacimiento y por generación, me dirijo a ustedes para consultarles acerca de la situación en que se encuentra la causa de canonizacion del Beato. Mi madre siempre decía que sólo iba a subir a los altares si lo hacía junto a Amelie!! Los saludo fraternalmente . Ma.Elena.