“No se puede servir a dos señores… no pueden servir a Dios y al Dinero”
Rom 16, 3-9. 16. 22-27; Sal 144; Lc 16, 9-15.
Junto a su nariz, en lugar de dos ojos, tenía dos idolatradas monedas. Y, desde ellas, veía al prójimo como cosa utilizable. Y, en lugar de corazón, usaba una caja fuerte. ¿Su fe? La tenía en arresto domiciliario, privada, vergonzante, arrinconada, como una cosa más de su mobiliario. Así lo mandaba la moda laicista y él no iba a ponerse en ridículo ante los creadores de opinión. Necesitaba amurallar su inseguridad con imagen y un blindaje monetario, pero cuanto más tenía, más necesitaba, pues el dios-dinero es un vampiro insaciable. Por eso, tras una corrupción, necesitaba otra mayor. Hasta que un día se quedó frío y muy estirado, como los ociosos cadáveres.
El Reino de Dios es para los pobres y para quienes sirven al Señor en ellos. Ellos son los porteros de la gloria¿Qué amigos podrán salir a recibir al hombre que tenía dos monedas en lugar de ojos? No tuvo amigos, sólo halagadores. ¿Cómo podrán alegrarse los pobres al verte a la puerta, si con mil excusas, nunca quisiste ver sus heridas ni buscar con ellos los remedios? ¿Te abrirán? Ellos tienen ese poder, pues Jesús nos dijo: Lo que hagan con estos, conmigo lo hacen. Ellos son sus verdaderos vicarios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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