Rom 14,, 7-12; Sal 26; Lc 15, 1-10.
Los fariseos se ataron al código de la pureza ritual y sus leyes, y perdieron el sentido de la Alianza. Por eso acusan a Jesús de que acoge y come con los pecadores. Jesús les responde: Yo actúo así porque así es Dios, así es de único su amor, que no abandona ni a la oveja perdida ni la moneda extraviada.
Estamos tatuados con la imagen de Dios. El pecado quiere raspar y borrar esa imagen, pero ella es más poderosa que el pecado. Sucia o emborronada, desportillada o llena de feos grafitis, ahí perdura viva esa imagen. Y anhela, de una u otra forma, unirse a quien es su original. Y sin él, nos sentimos desgajados, y como con una extraña dolencia que nos hace añorar una amistad única y total. Es la atracción del tatuaje que llevamos hacia aquél que nos tatuó de sí mismo.Y el cielo se viste de fiesta cuando, desde el extravío, nos dejamos encontrar por él.
¡Gracias, Jesucristo, que acoges y comes con los pecadores! En tu Iglesia y a tu lado y con otros pecadores, me siento casa. Y me siento animado a luchar contra lo que me separa y me pierde. Y gracias también a los fariseos que me enseñan cómo no debo ser. ¡Danos, Señor, la gracia de no parecernos a ellos!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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