Rom 8,18-25; Sal 125; Lc 13,18-21.
“¿A qué se parece el reino de Dios?”
A una semilla de mostaza y a la levadura. Con estas dos parábolas Jesús quiere transmitirnos la experiencia que ha tenido de Dios. Parte
de dos cosas muy pequeñas pero que guardan realidades muy grandes. El Reino no se presenta de forma estruendosa, sino misteriosamente, como una semilla, sin apariencias de fuerza, pero con el poder de la vida depositada por Dios en el corazón de los hombres.
Retomo una líneas del Papa Francisco: …Los apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: “Era alrededor de las cuatro de la tarde” (Jn 1, 39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente “una verdadera nube de testigos” (Hb 12, 1). Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: “acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios” (Hb13, 7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en la vida de la fe: “Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice” (2 Tm 1, 5). (E.G No. 13)
Vemos que el reino viene cuando se ha dirigido a nosotros la Palabra de Dios a través de otras personas o cuando hemos estado en contacto con gente de mucha fe, creció como una semilla depositada en la tierra y crecerá por su propio poder, hasta dar muchos frutos de vida.
Transformará al mundo como la levadura, puesta en la masa. Sus comienzos son humildes. El mismo Reino debe convertirse en un gran árbol donde aniden las aves del cielo, acogerá a todas las naciones en su seno…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
0 comentarios