Dado que conocemos que hay diversos estados en la vida de la Iglesia (sacerdotes, laicos, religiosos, miembros de las Sociedades de Vida Apostólica…) es probable que nos limitemos a un conocimiento superficial de los demás y nos centremos únicamente en el que nos atañe. Desde esta perspectiva, es fácil que los laicos se sientan ajenos a la celebración del Año de la Vida Consagrada y que se queden tan sólo en haber oído la noticia. En su Carta a los Consagrados, el Papa Francisco quiere salir al paso de esa posible actitud y escribe unos párrafos para quienes no pertenecen a ese estado de vida. El Papa se dirige a los laicos que comparten con las personas consagradas ideales, espíritu y misión. Recuerda cómo a menudo, “alrededor de cada familia religiosa y también de las Sociedades de Vida Apostólica y de los mismos Institutos Seculares, existe una familia más grande, la “familia carismática”, que comprende varios Institutos que se reconocen en el mismo carisma, y sobre todo cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición laical, a participar en el mismo espíritu carismático”.
Reconocemos en esa descripción a la Sociedad ade San Vicente de Paúl. Como se dice en el número 4.3 de su Regla, “Los Vicentinos de todo el mundo forman una Familia con otras comunidades inspiradas por la espiritualidad de San Vicente de Paúl, y con aquellas personas que desean ayudar. Recordando con gratitud el apoyo y el aliento que la primera Conferencia recibió de la Beata Rosalía Rendu, la Sociedad mantiene y desarrolla una estrecha relación con otras ramas de la Familia Vicenciana”.
Desde el comienzo entraron los Fundadores de las Conferencias en relación con las Hijas de la Caridad. Y desde el principio se dejaron alentar por la espiritualidad vicenciana. Afirma la Regla, en este contexto, que “colocada la Sociedad bajo el patronato de San Vicente de Paúl por los Fundadores, sus miembros se inspiran en su espiritualidad, plasmada en sus actitudes, sus pensamientos, su ejemplo y sus obras” (2.5). Las Conferencias participan, por tanto, de la espiritualidad de la familia carismática vicenciana, que hace de la caridad y de la misión los ejes de su vocación y sentido en la Iglesia.
Afecta entonces a la Sociedad San Vicente de Paúl la celebración de este Año de la Vida Consagrada. Con las Hijas de la Caridad y con los misioneros Paúles quiere dar gracias a Dios por el don del carisma vicenciano a la Iglesia. Y con las hermanas y los misioneros ha de aprovechar el impulso de este Año para profundizar en el conocimiento de ese carisma y vivirlo con mayor intensidad en el servicio de caridad a los más necesitados.
En esta línea quiere ponernos el Papa Francisco cuando anima a los laicos a vivir este Año como una gracia que les haga más conscientes del don recibido. Invita, por eso, a celebrar el Año con toda la Familia espiritual para crecer y responder a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. Muchas son las incitaciones presentes a nuestra fe y vocación. Nos es difícil responder aisladamente o sólo desde nuestro grupo. De ahí que insista Francisco en una respuesta compartida. Respuesta que no pretende el Papa que la compartamos tan sólo con los miembros de nuestra Familia, sino que se ha de fortalecer con las experiencias de otras familias carismáticas que nos permitirán enriquecernos y ayudarnos mutuamente.
Pretende el Papa que todo el pueblo cristiano tome conciencia cada vez más del don de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han fraguado la historia del cristianismo. “¿Qué sería de la Iglesia, se pregunta con vehemencia, sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl?”. Ciertamente todos esos son testigos vigorosos de los dones del Espíritu Santo a la Iglesia y del ardor de la caridad que estamos llamados a vivir. Todos ellos han vivido con pasión la fe en Jesucristo y han hecho de la vida interior, de los valores de las Bienaventuranzas, del gesto de amor y del testimonio apostólico la clave de su existencia. La Iglesia los reconoce como santos porque son un reflejo de la bondad y la misericordia de Dios. Y la humanidad los admira como grandes hombres porque son un testimonio de coherencia y coraje. Con todos los consagrados estamos llamados, pues, a dar este Año gracias a Dios por el don de tan diversos fundadores y por los bienes que seguimos recibiendo de ellos merced a su fidelidad y ejemplo. Con todos los consagrados, y especialmente con los que comparten nuestro espíritu vicenciano, hemos de orar, celebrar y servir a los pobres para responder mejor a la misión que hemos recibido.
Francisco se congratula al final por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la familia. Familia y Vida Consagrada son, nos dice, vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos, ámbitos de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Familia y Vida Consagrada se pueden ayudar mutuamente.
En cualquiera de los casos, se trata de que unos y otros nos decidamos a vivir la vida como vocación: que sepamos acoger la fe en Jesucristo dentro de nuestros corazones, que nos dejemos invadir por la gracia del Espíritu, que nos abandonemos a la voluntad del Padre y que sepamos vivir esa voluntad en la respuesta a lo que el Señor nos pide. Ahí converge la realidad del laico con la del consagrado: en la búsqueda y realización de la voluntad de Dios. Una voluntad que es de crecimiento personal y de humanización de toda la familia humana hasta alcanzar la plenitud del Reino de Dios en la caridad y en la santidad. La meta está a nuestro alcance si, todos en comunión dentro de la Iglesia, nos introducimos por el camino del Evangelio, somos fieles a nuestro carisma y nos dejamos impulsar por el Espíritu Santo.
Autor: Padre Santiago Azcarate C.M., Asesor Religioso Nacional de la SSVP – España
Fuente: ssvp.es
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