María, siendo inmaculada desde su concepción, nos invita a nosotros a la santidad de vida; la oración constituye el bastión que sostiene a Nuestro Señor Jesús en toda su obra apostólica.

María, siendo inmaculada desde su concepción, nos invita a nosotros a la santidad de vida; la oración constituye el bastión que sostiene a Nuestro Señor Jesús en toda su obra apostólica.
La caridad implica tener un corazón dispuesto a entender las necesidades materiales y físicas de nuestros hermanos y hermanas.
María en la medalla milagrosa aparece rodeada de estrellas, una alusión a la iglesia que debe ser junto con Cristo, ruta segura a la salvación.
Santa Catalina Labouré, llamada la santa del silencio, es la prueba más contundente de que la Medalla Milagrosa nos invita a llevar una vida de total sumisión y adhesión al proyecto de Jesús.
La Iglesia no es una Institución cerrada, es una comunidad abierta donde todos tienen una misión. Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia se ve a sí misma como una comunidad donde todos entran en diálogo, donde los pobres y marginados ocupan un lugar especial.
El primer corazón coronado de espinas, el de Jesús, nos invita a asumir estilos de vida más acordes con el Evangelio. El segundo corazón es atravesado por una espada, el de María, una referencia a descubrir nuestra vida ante los ojos de Dios.
Recibir a María en nuestras casas es también una invitación profética a acoger en nuestra vida a aquellas personas que más lo necesitan.
En la M de la medalla Milagrosa, está la historia de Jesús inseparable de su Madre; María sin duda no se puede entender sin Jesús, y por la confianza y la fe de la Virgen nos vino el Salvador del mundo.
La obediencia a los designios de Dios y la entera humildad a su plan divino sobre nosotros, nos permite pisotear esa serpiente engreída que pretende hacernos revelar contra Dios.
El mundo nos desafía constantemente, las diferentes culturas, creencias, razas, lenguas, que conforman cada rincón de nuestro planeta, nos invita a responder con una misión siempre nueva y renovada.
Desde el comienzo mismo de la creación, Dios ha marcado un itinerario de encuentros con el ser humano cuyo culmen está en su encuentro personal a través de su Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen Madre.
La manifestación del amor de Dios se da gracias a la cooperación de una mujer que acepta la misión más importante de todos los tiempos: la maternidad divina.