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El Adviento es un tiempo de espera, anticipación y preparación. En el centro de este tiempo encontramos la figura de María, cuyo camino de fe y entrega al plan de Dios sirve de poderoso modelo para nuestra propia vida espiritual. Su serena fortaleza, su humildad y su voluntad de decir «sí» a Dios nos ofrecen profundas lecciones, especialmente al reflexionar sobre la llamada al servicio y a la entrega que caracteriza la espiritualidad vicenciana.
La fe y la humildad de María
La historia de María en Adviento comienza con la Anunciación, un momento que revela su profunda fe y confianza en Dios. Cuando el ángel Gabriel se le aparece y le anuncia que dará a luz al Hijo de Dios, su respuesta inicial es de asombro: «¿Cómo es posible, si soy virgen?» (Lc 1,34). Esta pregunta no refleja duda, sino más bien su humildad y apertura a la voluntad de Dios. A pesar de no comprender del todo las implicaciones de lo que se le pide, María se entrega enteramente a Dios, respondiendo con su famoso «fiat«: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
Este acto de entrega está en el corazón de lo que significa vivir una vida de fe. María no sabía todo lo que sucedería a partir de su «sí», pero confió en el plan de Dios. En la espiritualidad vicenciana, la fe no es un mero asentimiento intelectual, sino una experiencia vivida de confianza en la providencia de Dios, incluso cuando el camino es incierto.
La humildad de María, evidente en su respuesta, refleja también un valor vicenciano fundamental. Para Vicente, la humildad era el fundamento del verdadero servicio. Le permitía a uno reconocer su dependencia de Dios y su solidaridad con los pobres. Como María, los vicencianos estamos llamados a someternos humildemente a la voluntad de Dios y a servir a los demás sin buscar reconocimiento ni recompensa.
María como modelo de servicio
Después de aceptar el plan de Dios para ella, María se pone inmediatamente manos a la obra y se pone al servicio de los demás. El Evangelio de Lucas nos dice que fue «de prisa» a visitar a su prima Isabel, que también esperaba un hijo. El viaje no fue fácil: María recorrió unos 160 kilómetros para llegar a casa de Isabel… pero, a pesar de todos los desafíos, el primer instinto de María fue servir.
Su visita a Isabel puede considerarse un profundo acto de caridad, un ejemplo de cómo la verdadera fe conduce de modo natural al servicio. De este modo, María encarna la llamada vicenciana a «amar con obras, no sólo con palabras». El servicio, como enseñaba Vicente de Paúl, debe ser concreto, personal y activo. No basta con sentir compasión; hay que moverse con la misma urgencia que María para satisfacer las necesidades de los demás. No debemos contentarnos con amar a Dios y decir que le amamos. Debemos mostrar nuestro amor con nuestras obras.
En su encuentro con Isabel, María también lleva la presencia de Cristo a los demás, encuentro con Isabel, María también lleva la presencia de Cristo a los demás, en sentido literal. Este es un aspecto clave de su papel en la historia de la salvación, pero también es un modelo para nosotros. Estamos llamados, como María, a llevar a Cristo al mundo, especialmente a los pobres y a los que sufren. El servicio de María a Isabel no fue sólo un acto de amor familiar, sino también una manifestación del amor de Dios por toda la humanidad.
La espiritualidad mariana de San Vicente de Paúl
San Vicente de Paúl sentía una profunda devoción por María, viendo en ella el ejemplo perfecto de humildad, servicio y obediencia a la voluntad de Dios. En su espiritualidad mariana, Vicente subrayaba que la grandeza de María procedía de su voluntad de servir y de su entrega total a Dios. Consideraba a María como la máxima servidora de los pobres, la primera y más fiel discípula de Cristo, y un modelo a seguir para todos los cristianos.
Al reflexionar sobre el papel de María, Vicente decía que «debemos tomar ejemplo de la Santísima Virgen» (SVP ES XI-1, 97) porque «la Santísima Virgen, mejor que nadie, comprendió la esencia [de las virtudes] y mostró cómo practicarlas». Para Vicente, María no sólo era una poderosa intercesora, sino también una guía para vivir el Evangelio en la vida cotidiana. El carisma vicenciano de servir a los pobres con amor y respeto concuerda perfectamente con su vida de sencillez, humildad y servicio.
El papel de María en Adviento, por tanto, no es sólo ser Madre de Dios, sino también ser modelo del tipo de servicio activo, humilde y abnegado que los vicencianos nos esforzamos por imitar. Ella nos enseña que la verdadera grandeza no proviene del poder o del prestigio, sino de servir a los demás con amor. Esta es la esencia de la espiritualidad vicenciana: la caridad enraizada en la humildad y expresada en actos concretos de servicio.
La entrega de María al plan de Dios
Otro aspecto fundamental del ejemplo de María en Adviento es su entrega total al plan de Dios. Esta entrega no fue una resignación pasiva, sino un «sí» activo y continuo a todo lo que Dios le pedía. Desde la Anunciación hasta el pie de la Cruz, la vida de María estuvo marcada por una confianza inquebrantable en Dios, incluso ante el sufrimiento y la incertidumbre.
En nuestras propias vidas, este tipo de sumisión puede resultar difícil. Puede que nos enfrentemos a retos que nos hagan cuestionar la voluntad de Dios, o que nos cueste entender por qué suceden ciertas cosas. Sin embargo, como María, estamos llamados a confiar en que el plan de Dios es bueno, incluso cuando no podemos tener una percepción completa del mismo.
Vicente de Paúl hablaba a menudo de la importancia de abandonarse a la Divina Providencia. Creía que confiar en la voluntad de Dios era esencial para vivir una vida de servicio. En sus palabras: «Busquemos solamente a Dios, y Él nos proveerá de amigos y de todas las demás cosas, de modo que no nos faltará nada». (Abelly, Vida de san Vicente de Paúl: Libro Tercero, Capítulo 3, Sección 1)
Una llamada a la acción
El ejemplo de entrega de María nos anima a dejar de lado nuestros propios planes y anhelos y a confiar en que Dios nos guiará hacia donde tenemos que ir. Esta entrega no es pasiva; requiere un compromiso activo para seguir la voluntad de Dios, incluso cuando es difícil.
Preguntas para la reflexión personal y comunitaria
Mientras nos preparamos para la venida de Cristo durante este tiempo de Adviento, el ejemplo de María nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas. He aquí tres preguntas para guiar tu reflexión personal y comunitaria:
- ¿De qué manera puedo seguir el ejemplo de humildad y servicio de María en mi vida diaria, especialmente durante este tiempo de Adviento?
- ¿Cómo podría fortalecer mi confianza en el plan de Dios para mi vida, incluso cuando me enfrente a incertidumbres o desafíos?
- ¿Cómo puede mi comunidad vivir más fielmente la llamada vicenciana al servicio, imitando la premura de María para responder a las necesidades de los demás?
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