Roma, 1 de diciembre de 2024
Primer domingo de Adviento
CARTA DE ADVIENTO
¡JESUS VIVE EN NOSOTROS! ¡JESUS ORA EN NOSOTROS! ¡JESUS ORA CON NOSOTROS!
A todos los miembros de la Familia vicenciana
Queridos hermanos y hermanas en san Vicente,
¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
Aunque el tema de la oración se discute y estudia a menudo, cuando descubrí un libro que probablemente muchos de ustedes ya conocen, Relatos de un peregrino ruso, la descripción de su manera de orar me conmovió profundamente. Intentaré compartirla con ustedes en esta carta.
Escrito en Rusia en el siglo XIX por un autor anónimo, es la historia real de un hombre que lo había perdido todo: su esposa y todos sus bienes. Un día, en un sermón, oyó las palabras de san Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5-17). Se sintió profundamente conmovido. Estas palabras no le dejaban en paz.
Empezó a preguntarse y a reflexionar sobre el modo y la posibilidad de “rezar sin cesar”. Se dijo a sí mismo: si es verdad que Dios no pide lo imposible a una persona, y que Dios mismo sí lo pide, entonces tengo que encontrar la manera de rezar sin cesar
El hombre se embarcó en una peregrinación de más de 20 años para aprender a responder a esta llamada que le inquietaba tan profundamente. Nada llegó a ser más importante en su vida que tratar de encontrar la respuesta, porque estaba convencido de que, al hallarla, se resolverían todas las preguntas, retos, dificultades y luchas de la vida. Además, se haría realidad el camino hacia la paz interior, la alegría, la conversión y, finalmente, la resurrección personal.
Empezó leyendo la Biblia una y otra vez, escuchando numerosos sermones, viajando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, en busca de consejos de sabios. Finalmente, tras años de peregrinación por las vastas estepas de Siberia, conoció a un viejo Padre espiritual que, paso a paso, a través de largos periodos de escucha, preguntas, reflexión y meditación, empezó a abrir los ojos del corazón del peregrino. He aquí los frutos de su encuentro:
– Recuerda, dice el Padre espiritual, que no son las buenas obras las que nos hacen capaces de orar, sino que es la oración la que nos lleva a las buenas obras. Por tanto, el trabajo de la oración es lo primero.
– El peregrino descubre que la verdadera peregrinación no es ir de un lugar a otro, sino del exterior hacia el interior, de las cosas al corazón: la peregrinación interior. La peregrinación del corazón es la más importante.
– La oración del corazón es capaz de apagar todas las pasiones que nos llevan al pecado. De hecho, no hay tentación o pasión que no se pueda vencer. La oración es un escudo, una armadura protectora, aunque no nos demos cuenta.
– A nuestros enemigos espirituales hay que combatirlos con las armas adecuadas, y la más poderosa de ellas es la oración continua: con ella, usamos el nombre de Jesús como un martillo que aplasta las pasiones y éstas se desintegran. Hay que probarlo para creerlo. La oración transfigura a la persona.
– Jesús nos dijo que rezáramos sin cesar porque, aunque podemos influir en la cantidad, tenemos muy poco control sobre la calidad de nuestra oración, porque ¿quién de nosotros puede decir que “reza bien”?
Es el Espíritu de Jesús el que ora en nosotros, es la gracia de Dios la que hace eficaz la oración que ofrecemos. Sólo podemos decidirnos a rezar y poner en ello nuestra cantidad: será entonces el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, quien dará calor, fuerza y eficacia a nuestra oración. Jesús nunca dijo que rezáramos poco y con productos de buena calidad. La experiencia de la oración continua nos enseña que, si ponemos nuestro corazón en la oración perseverante, podremos rezar más, el Espíritu de Jesús tomará posesión de nuestra propia oración y la transformará en un torrente de agua viva que cambiará toda nuestra existencia. Entonces ya no rezaremos, sino que nos convertiremos en una oración viva. Todo el mundo quiere los frutos de la oración. El secreto se revela aquí de un modo maravilloso. Tenemos que decidirnos a intentarlo, entonces la oración no se detendrá.
– El Padre espiritual animó al peregrino a comenzar a practicar la oración continua repitiendo una expresión ya presente en el Evangelio, la del publicano que, en el templo, pide a Dios que tenga misericordia de él.
Es la gota de agua que erosiona la piedra y, al caer sobre un corazón de piedra (porque en realidad la piedra es nuestro corazón endurecido), acaba por hacerlo añicos, y el efecto es un cambio radical: la oración desencadena un mundo misterioso que no tiene fronteras. El problema no es tanto saber cuándo rezar, sino cuándo dejar de rezar.
El peregrino descubre con sorpresa que la oración ya está presente en su corazón, que no hay nada que inventar, que basta con ponerse a la escucha de la oración ya presente y dejarla fluir. Así, es el Espíritu de Jesús en nosotros quien grita, reza, se expresa (“habéis recibido un Espíritu que os hace hijos; y en él gritamos “Abba”, es decir: ¡Padre!” (Romanos 8, 15)). Basta ponerse a la escucha de la palabra del Espíritu presente en lo más profundo de nuestro corazón y dar una voz humana a la voz divina.
– Los verdaderos orantes tienen el corazón abierto: están totalmente poseídos por el Señor, que es misericordia infinita. Quieren abrazar al mundo, rezan por la salvación de todos, llevan a todos en su corazón ante Jesús e, incesantemente, imploran misericordia para todos los pecadores. No porque se crean buenos, sino porque se identifican con toda la humanidad: se hacen toda la humanidad pecadora, sintiendo dolorosamente el peso del pecado e intercediendo sin cesar para que el pecado sea perdonado.
– En un momento dado, el peregrino se hizo la siguiente pregunta: “¿De verdad necesita Dios que la gente interceda por los demás?” “¿No podría hacerlo todo él mismo?” No, respondió el Padre espiritual, porque todos estamos unidos, como un solo cuerpo: el bien de uno es el bien de todos, el mal de uno es el mal de todos. Necesitamos hermanos y hermanas que intercedan por nosotros.
El mundo subsiste gracias a estas oraciones. Por eso las almas orantes son las más útiles y las más necesarias para el mundo, aunque esto se escape a los ojos del mundo.
– En un momento crucial y decisivo de la búsqueda del peregrino, el Padre espiritual le reveló el secreto que anhelaba encontrar: la invocación constante e ininterrumpida del Nombre divino de Jesús: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!” contiene la herramienta para orar sin cesar.
– El esfuerzo y la lucha de la peregrinación al corazón y la oración constante son sólo el principio, porque la piedra que hay que romper es dura, pero una vez que se produce la explosión, todo cambia.
Las dos realidades que me han conmovido profundamente son:
- que “Jesús ora constantemente en nosotros” y
- que “orar sin cesar” significa armonizar nuestra oración con la de Jesús, que ora continuamente por nosotros y con nosotros, intercediendo por nosotros ante su Padre y nuestro Padre, todo ello en lo más profundo de nuestro ser: el corazón.
En esta aventura del amor, debemos recordar constantemente que “el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Romanos 8, 26). También necesitamos escuchar la intercesión constante de Jesús, su oración por nosotros y con nosotros. Debemos seguir repitiendo en silencio o en voz alta, en la cámara más profunda de nuestro ser, las palabras: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Así, el corazón de Jesús y nuestro corazón se unen de tal modo, el uno con el otro, que nos convertimos en “oración”.
San Vicente de Paúl, místico de la Caridad, hizo él mismo esta peregrinación al corazón, para lograr una conversión personal, repitiendo, en voz alta o en silencio, la oración del publicano en el templo, literalmente o con otras palabras, pero con el mismo sentido, de modo que el corazón de Jesús y el suyo se compenetraron tan bien que Vicente mismo se convirtió en “oración”. Insistió en que sus discípulos hicieran lo mismo, diciendo a las primeras Hijas de la Caridad: “Así pues, mis queridas hermanas, es preciso que vosotras y yo tomemos la resolución de no dejar de hacer oración todos los días. Digo todos los días, hijas mías; pero, si pudiera ser, diría más: no la dejemos nunca y no dejemos pasar un minuto de tiempo sin estar en oración, esto es, sin tener nuestro espíritu elevado a Dios” Coste IX-1, 385).
Que el tiempo de Adviento nos ayude a comprender cada vez mejor las riquezas inexpresables e inestimables que llevamos en el corazón, y a esforzarnos por ser nosotros mismos “oración”.
Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM
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