En aquellos tiempos, nos hallábamos invadidos por una avalancha de doctrinas heterodoxas y filosóficas enfrentándose a nuestro alrededor, y vimos necesario fortalecer nuestra fe, en medio de los ataques que recibía de falsos sistemas de conocimiento. Algunos de nuestros compañeros de estudios eran materialistas, sansimonianos otros, otros fourieristas, otros deístas. Cuando nosotros, los católicos, tratamos de llamar la atención de estos errantes hermanos hacia las maravillas del cristianismo, se nos dijo: «Sí, tenéis derecho de hablar del pasado. En días pasados, efectivamente, el cristianismo hizo maravillas, pero hoy está muerto. Y vosotros, que os jactáis de ser católicos, ¿qué hacéis? ¿Qué obras podéis mostrar que prueben vuestra fe y que nos hagan sentir respeto y reconocimiento?» Y tenían razón; el reproche era bien merecido. Entonces fue cuando nos dijimos los unos a los otros: «¡Vayamos a primera línea! Que nuestros actos estén en consonancia con nuestra fe». Pero, ¿qué debíamos hacer? ¿Qué podríamos hacer para demostrar que somos verdaderos católicos, más que lo que más agrada a Dios? Socorrer a nuestro prójimo, como lo hizo Jesucristo, y poner nuestra fe bajo la salvaguardia de la caridad.
Federico Ozanam a la Conferencia de Florencia, año 1853.
Reflexión:
- El 23 de abril se conmemora la fundación de la primera Conferencia de caridad, germen de la Sociedad de San Vicente de Paúl, en 1833. En este texto, Federico rememora para los miembros de la recién creada conferencia de Florencia los tiempos de la fundación de la primera Conferencia. La situación entre los jóvenes franceses era complicada. El rechazo de la fe y de la iglesia era mayoritario, y multitud de filosofías más o menos nuevas eran populares entre los estudiantes universitarios y la sociedad en general.
- La situación política y social era convulsa: la república y la monarquía se iban alternando como sistemas políticos desde finales del siglo XVIII, hasta que finalmente la república se impuso, en 1870. Lo que es cierto es que la revolución, desde 1789, marcó el final definitivo del absolutismo. A la iglesia se la acusaba de ser más partidaria de posturas realistas que de apoyar la república; esto parecía también implicar que la iglesia estaba más a favor de los burgueses que de las clases populares. Paralelamente, el estado, desde Napoleón, cargó con fiereza contra la iglesia católica romana, a la que acusaba de estar controlada por el romano pontífice, e incluso de ser antipatriota. El clero se dividió entre los partidarios de Roma (llamados «refractarios») y los que pasaron a depender del estado francés (los «constitucionales»).
- Los jóvenes acusaban a la iglesia de haber hecho grandes obras en el pasado, pero nada remarcable en la sociedad y tiempo de entonces. A Federico Ozanam le afectó mucho esta acusación: «el reproche era bien merecido». Era consciente de que la iglesia vivía, en líneas generales, alejada de los problemas sociales y de los pobres. Y decidió, junto con un pequeño grupo de sus amigos, hacer algo al respecto: gracias al apoyo de Emmanuel Bailly, el 23 de abril de 1833 (también día del 20º cumpleaños de Federico) tuvo lugar la primera reunión de la Conferencia de caridad.
- A partir de este momento, con la ayuda de sor Rosalía Rendu, comenzaron a visitar familias pobres, a ausiliarlas y consolarlas.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Es comparable la situación de la iglesia en nuestros días a la que atravesó en tiempos de Ozanam?
- ¿Cómo es mi realidad cercana, mi familia, barrio, amigos…, en relación a la fe? ¿Cómo ven mis círculos cercanos el compromiso de los creyentes por la construcción de un mundo mejor? ¿Es una visión fiel de la realidad, esto es, hacemos los creyentes lo que estamos llamados a hacer?
- «Que nuestros actos estén en consonancia con nuestra fe». ¿Nos tomamos en serio, en nuestra vida, esta preocupación de Federico? ¿Qué pasaría si realmente nos la tomásemos en serio?
- Complementariamente, podemos leer el siguiente párrafo (tomado de la biografía de Federico Ozanam escrita por Kathleen O’Meara, Federico Ozanam, profesor en La Sorbona, su vida y obra, capítulo VII):
A menudo, parte de la grandísima miseria de los pobres procede de no saber cómo ayudarse a sí mismos a salir de una dificultad, una vez que han caído en ella; caen en la aflicción por circunstancias accidentales, por propia culpa o por la de otras personas, y son demasiado ignorantes para discernir la manera de salir de ella. Con frecuencia, la ley les ofrece un remedio para esto, pero no lo saben y nadie hay que les informe. Cuando caen en la angustia, su única idea es extender la mano para pedir limosna, método que habitualmente resulta tan ineficaz como desmoralizante. El señor Bailly sugirió a sus jóvenes amigos que se debía tratar de remediar este lamentable estado de cosas colocando su educación, su inteligencia, su conocimiento de la ley o de la ciencia, y su conocimiento general de la vida a disposición de los pobres; que, en lugar de llevarles solamente una pequeña ayuda material, debían esforzarse en ganar su confianza, en conocer en profundidad su situación y, después, ver cuál sería la mejor manera de ayudarles a ayudarse a sí mismos.
Podemos comentar lo que se ha puesto en negrita, y preguntarnos:
—¿Qué puntos de encuentro tiene lo que hemos leído con el Cambio Sistémico que los vicencianos trabajamos en la actualidad? —¿Estamos trabajando para que los pobres «se ayuden a sí mismos»?:
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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