“El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi discípulo”
Flp 2, 12-18; Sal 26; Lc 14, 25-34.
Qué difícil es renunciar a lo nuestro; más si lo convertimos en la bandera del esfuerzo y del cariño que “nos merecemos”. En el evangelio de hoy Jesús nos enseña que para ser un verdadero discípulo suyo hay iar a las seguridades que no provengan de Él, pues no está dispuesto a que compartamos el amor que sólo Él merece. Así no podremos seguirlo. ¿Por qué? Porque ser discípulo de Jesús implica un desprendimiento total de todo lo que tenemos y de todo lo que somos para que, libres de cualquier apego podamos vivir en total disposición para cumplir su voluntad, como vivió el mismo Jesús respecto a su Padre: totalmente dependiente y confiado.
“Dejar mis riquezas” no significa dejar el trabajo, el matrimonio o el apostolado por ir a seguir a Jesús, sino que desde mi vocación he de darle un cambio de sentido a mi vida; amar y seguir a Jesús sobre toda riqueza y afecto. Y Él, en su amor providente, me dará el afecto y el amor a través de mi familia, de los bienes materiales y del alimento y vestido que necesito para vivir y para compartir con los demás.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autores: Juan Francisco Cervantes y Sandra Pinedo, de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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