Quienes rezan regularmente el rosario conocen la experiencia de la repetición. En el transcurso de cinco decenas, habrá recitado la misma oración, el Ave María, más de 50 veces. Aunque repetir las mismas palabras una y otra vez puede tener a veces un efecto embotador, que nos aleja del significado de las palabras, hay algo en la repetición constante que encaja bien en la vida de un vicenciano, de un seguidor de Jesucristo y, de hecho, de un devoto de la Santísima Virgen.
Y ese algo es: la constancia. No hacer buenas acciones sueltas, de vez en cuando, sino comportarse regularmente de forma coherente y desinteresada. Y esto no siempre en las grandes cosas, sino en un amor constante al prójimo, día tras día, semana tras semana.
A primera vista, el acto heroico del buen samaritano parece ser cosa de una sola vez. Pero es más que probable que esa preocupación espontánea y extrovertida fuera un hábito, una forma de actuar que, al producirse con tanta regularidad, se puede confiar en que siga produciéndose. La repetición de acciones desinteresadas y centradas en el prójimo crea una especie de surco en la constitución de una persona, que hace cada vez más probable que siga comportándose de la misma manera.
Es cierto que el acto del samaritano es llamativo, el tipo de desafío que no ocurre todos los días. Pero lo más probable es que él haya sido de ayuda de muchas otras maneras menores, haciendo pequeños servicios en su círculo inmediato. He oído a alguien referirse a estas ayudas fortuitas como amor cotidiano, o lo que él llamaba «amor de sacar la basura»: una preocupación por el otro que se traslada a los ritmos habituales y poco glamurosos de la vida diaria. De nuevo, ese patrón de comportamiento constante y repetido.
La idea es que la repetición crea hábitos. Que, aunque sea aburrido, hacer el mismo tipo de cosas para ayudar a los demás construye una forma constante y característica, no sólo de vivir, sino sobre todo de ser. La perseverancia firme encuentra su hogar en el mundo vicenciano, con su insistencia en el cuidado fiable de los necesitados a tiempo y a destiempo.
El hecho de repetir una y otra vez las Avemarías una y otra vez en el rosario, ¿podría repercutir en actitudes y comportamientos en el resto de la vida, perspectivas y acciones que nos acerquen al ejemplo de la Santísima Madre, una persona cuya vida está llena de ejemplos de comportamiento constante, desinteresado y amoroso? La repetición, aunque a menudo tediosa, puede hacernos avanzar en el camino del discipulado, adentrarnos en el «Camino» que seguimos no sólo tras Vicente de Paúl, sino especialmente detrás del Hijo de María, Nuestro Señor Jesucristo.
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