“Traten de entrar por la puerta estrecha…”
Ef 6, 1-9; Sal 144; Lc 13 22-30.
«Señor, ¿serán muchos los que se salven?» –preguntan los discípulos a nuestro Señor–. Aquí está la eterna curiosidad del hombre por la suerte propia y la ajena. Se trata, nada menos, del destino final y eterno que tocará a cada uno de nosotros. Es una pregunta ligada íntimamente al misterio de la predestinación, que siempre y en todas las épocas de la historia, tanto ha inquietado a filósofos, teólogos, pensadores, e incluso a toda clase de personas.
Incluso a nosotros nos gustaría recibir algún «adelanto» de los que se van a salvar y de los que se van a perder. Muchas veces nos hemos preguntado, no con poca curiosidad, si algunos personajes de la historia que, a nuestro juicio, han sido malos, se habrán salvado…
Pero Jesús va a satisfacer la curiosidad. A nadie le es permitido conocer el propio futuro ni el de los demás. Aparte de innecesario, resulta totalmente inútil preguntarlo. ¿Qué nos ganamos con ello? ¿Qué será lo mejor? Comencemos a conducir nuestra vida coherentemente, como Dios se espera de nosotros. Esforzándonos por dar lo mejor de nosotros mismos, es la puerta estrecha, la que nos lleva a la salvación y dejémonos de curiosidades.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jaime Reyes Mendoza C.M.
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