La caridad, explicaba el beato Federico, es un vínculo más fuerte de la amistad, pero la caridad «es un fuego que se apaga si le falta el alimento, y el alimento de la caridad son las buenas obras» [Carta a Léonce Curnier, de 4 de noviembre de 1834]. Esto no tendría sentido si la caridad fuera sinónimo de buenas obras, como suele usarse la palabra hoy en día. En cambio, para Federico y para Vicente de Paúl, la caridad es algo que preexiste a nuestras obras, y es algo que recibimos a la vez que damos.
De nuestras tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, el apóstol Pablo nos dice que la caridad es la mayor. En muchas traducciones de la Biblia, esta virtud se llama amor, que es el sentido en que Federico y Vicente hablan de la caridad. En el griego original, Pablo utiliza la palabra ágape, una de las varias palabras que designan el amor en esa lengua. A diferencia del amor romántico o fraternal, ágape no describe un sentimiento. De hecho, Dios no nos ordena que tengamos un determinado sentimiento hacia otra persona. En cambio, nos dice, utilizando la misma palabra, ágape, que amemos a nuestros enemigos, que hagamos el bien a los que nos odian, que bendigamos a los que nos maldicen (cfr. Lc 6,27). Al fin y al cabo, incluso los pecadores aman a quienes les aman. La caridad no nos llama a sentir, sino a actuar.
El griego ágape parece descender de la palabra hebrea para amor, avaha, que a su vez procede de la raíz hav, que significa «dar». Ágape, caridad, es el amor divino, expresado hacia nosotros mediante el acto de dar: «Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único…» (cfr. Jn 3,16). El Hijo, a su vez, nos dio su propia vida, un acto de entrega que Él mismo explicó que era el amor más grande. No contento con darse a nosotros una sola vez, explicó san Vicente, Cristo «quiso romper todas las leyes de la naturaleza» para permanecer verdaderamente presente, sacrificándose una y otra vez, alimentándonos como pan y vino en la Eucaristía. Hizo esto, explicó Vicente, porque «la caridad es inventiva hasta el infinito» [SVP ES XI,3,65].
Este amor llamado caridad no es un sentimiento, sino que es «la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» [Catecismo de la Iglesia Católica, 1822].
El don de Dios, el amor de Dios, la caridad de Dios es completamente gratuita, y sin embargo no podemos evitar amarle a cambio, con nuestras palabras y nuestras obras, «con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente» [SVP ES IX, 733]. Le amamos también amando al prójimo, en su nombre y por su causa. El amor que se da gratuitamente se devuelve gratuitamente.. Por eso, como decía Federico, «el que va a llevar a la casa del pobre un trozo de pan vuelve de ella, con frecuencia, con el corazón lleno de gozo y de consuelo. Y así, en este dulce comercio de la caridad, los anticipos son modestos, pero el beneficio es grande» [A la Asamblea General, 9 de febrero de 1837].
La caridad no pretende hacernos sentir de una determinada manera. Su objetivo es hacer que los demás se sientan amados.
Contemplar
¿Cómo hacen sentir al prójimo mis visitas, mi comportamiento y mi afecto?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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