“No soy digno de que entres en mi casa”
1Cor 11, 17-26; Sal39,7-8a. 8b-9.10.17; Lc 7, 1-10.
Jesús hace un milagro en favor de un extranjero, que, además, es un oficial que está al frente de una centuria del ejercito romano. Según los informes que le dan a Jesús, es buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido una sinagoga. La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni le invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden entrar en casa de un pagano, pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar. Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así.
¿Sabemos reconocer los valores que tienen “los otros”, los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión? ¿Sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podamos? ¿Nos alegramos de que el bien no sea exclusivo de nosotros?
El Centurión nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe. Cuando nos acercamos a recibir la Comunión repetimos sus palabras: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo C.M.
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