Iluminadores (Mateo 16,15)

por | Ago 24, 2024 | Formación, Thomas McKenna | 0 comentarios

David Brooks, columnista del New York Times, ha escrito un esclarecedor libro sobre lo que ayuda y lo que perjudica en las interacciones entre las personas (How To Know A Person, Cómo conocer a una persona, Random House, 2023). Junto con otras muchas ayudas, expone dos estilos de relación interpersonal.

A uno lo llama el Iluminador y al otro el Disminuidor.

El Disminuidor es la persona cuya atención se centra sobre todo en sí misma y que mira a la otra persona a través de la ventana de «lo que podría hacer por mí». El resultado: se revela muy poco de esa otra persona.

La presencia del Iluminador tiene el efecto contrario. Esclarece lo que ocurre en la vida interior del otro. Por su genuino interés en el otro como otro, el Iluminador permite que emerjan las dimensiones más profundas y personales de esa persona. Por su apertura a lo que realmente hay ahí, por su receptividad a las partes no reveladas del otro, ilumina más lo que esa persona es en realidad.

Esta diferencia puede poner de relieve una diferencia conveniente en nuestra propia presencia ante el Señor. Y, ciertamente, conecta con la desafiante pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy Yo?».

¿Supongo que casi siempre tengo la respuesta a esa pregunta? ¿Entro en la oración con una actitud de cierto conocimiento sobre qué y Quién está ahí? ¿Permitiré que mis experiencias previas de la presencia del Espíritu me impidan ver lo nuevo que podría estar llegando a mí ahora? ¿O prefiero presentarme ante El Señor, no sólo en la oración, sino en la vida cotidiana, con esa postura abierta de par en par: «qué hay todavía por descubrir de Ti»?

La pregunta: ¿me acerco a los evangelios con esos «ojos iluminadores», los que están siempre en busca de lo que de Dios hay ahí delante, de lo que de los caminos y actitudes de Jesús quedan aún por descubrir?

El texto que cambió la vida de Vicente: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres» (Lc 4,18), siguió diciéndole cosas nuevas a lo largo de su vida.

«¿Quién decís que soy yo?», pregunta el Señor. Las respuestas a esa pregunta nunca se acaban, nunca se agotan, siempre nos llevarán más lejos dentro de la propia vida de Dios.

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