“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida“
Prov 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-11.12-13.14-15; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58.
Nos encontramos nuevamente con la lectura del discurso del Pan de Vida que hemos venido reflexionando durante estos domingos. «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6, 51). Tiene una estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de ricas enseñanzas.
¡Qué bonito sería que los cristianos conociéramos mejor la Sagrada Escritura! Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios que se nos da como verdadero alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y hambrientas de eternidad. Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura capaz de cambiar los corazones. Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí mismo diciéndonos que es Pan. Y el pan, como bien sabemos, se hace para comerlo. Y para comer hay que tener hambre…
¿Cómo podremos entender que significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre de Dios? Nos hemos materializado tanto que hemos perdido esa «capacidad» de sentir hambre de aquellas realidades espirituales, que vienen a darle profundo sentido a nuestra vida: hambre de amor…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Osvaldo Triana C.M.
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