“Por la dureza de su corazón…”
Ez 16, 1-15.60.63; Interlec.: Is 12, 2-3.4bcd.5-6; Mt 19, 3-12.
La historia de Dios con la humanidad es una historia de amor. Y por otro lado una de las experiencias más dolorosas para los seres humanos es el olvido de la gratitud cuando hemos hecho algo por alguien. No es casual, por tanto, que la celebración por antonomasia de los cristianos sea la Eucaristía, la acción de gracias.
En ella recordamos y agradecemos que formamos parte del proyecto de amor de Dios. Ese es el secreto del verdadero amor: querer y procurar lo mejor para el amado, y hacerlo sin descanso. La historia de Israel, y la de cada uno de nosotros, es un tira y afloja de ese amor. El profeta Ezequiel nos lo recuerda hoy. Ya que a pesar de que Dios saca al pueblo de su pobreza y anonimato, a pesar de darle su amor y cariño, el pueblo se olvida de él y va en busca de otros dioses y de ídolos.
En el ser humano existe la tendencia a cerrar el corazón, a buscar nuestros propios intereses egoístas. En otras ocasiones, nos falta la confianza y no creemos que Dios nos puede dar todo lo que necesitamos. Ojalá que algún día todos pudiéramos estar dispuestos para acoger el amor de Dios, que puede transformar los corazones, para así vivir en un mundo donde reine la fraternidad humana.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Osvaldo Triana C.M.
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