Un comentarista de estas lecturas planteó una pregunta seductora: «¿cuánto es suficiente?». Y, por supuesto, lo recoge de la declaración de Felipe a Jesús sobre la necesidad de alimentar a la numerosa y hambrienta multitud. «El pan y el pescado que tenemos no es mucho, ni de lejos suficiente».
¿No es esa una visión reconocible de tantas cosas en nuestro tiempo? Las necesidades son tan grandes: alimentos, viviendas habitables, igualdad de oportunidades, atención sanitaria, estabilidad familiar, barrios seguros, educación. ¿La pequeña ayuda que cada uno de nosotros pudiera prestar supondría una verdadera diferencia? Los problemas parecen demasiado grandes para tener un impacto significativo. ¿Bastaría con algo?
Parece que no, pero visto desde distintos ángulos, quizá sí.
¿Podría ser que nuestra contribución fuera suficiente para incluirnos en una causa mayor? Tal vez bastaría mejorar la vida de una sola persona. Tal vez bastaría hacerme recordar todo lo que tengo que agradecer. Tal vez bastaría cambiar algo dentro de mí.
Oímos a Jesús desafiar a Felipe y a sus discípulos a que den lo que puedan para alimentar a los miles de personas reunidas allí sobre la hierba. Y la respuesta de Felipe: «Lo mejor que podemos hacer es dar de comer a un niño unas rebanadas de pan y un par de peces. No es mucho, ni de lejos suficiente».
Puesto en manos de Jesús, se convierte en suficiente; milagrosamente, multiplica aquellos panes y peces. Pero, ¿podrían haberse producido otros milagros? Por ejemplo, la nueva esperanza de los discípulos en las posibilidades del acto más sencillo de generosidad, o la ampliación de su visión para ver los efectos expansivos del pequeño papel que están desempeñando.
Seguir a Jesús no siempre consiste en ser eficaz o tener éxito. Se trata de actuar con confianza y generosidad. Los milagros no consisten siempre en realizar grandes obras, sino en actuar movidos por el amor de Dios, haciendo cosas para que ese amor cobre vida en la vida de aquellos con quienes vivimos, a quienes servimos.
Dios nos llama a actuar por compasión y misericordia, por ineficaz e inútil que pueda parecer. ¿Son suficientes estos esfuerzos menores? Como en el caso de Felipe y los discípulos —y, de hecho, como en el de la familia de Vicente—, pueden ser suficientes cuando canalizan el amor de Dios que fluye a través de ellos.
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