“Señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos»”
Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 84; Mt 12, 46-50.
Jesús está enseñando a la multitud, en eso llegan sus familiares con el deseo de hablar con él. Al enterarse Jesús, hace una declaración que es una revelación de la voluntad de salvación del Padre en su Hijo: “El que cumple la voluntad de mi Padre ese es mi madre y mis hermanos”. O sea que la condición para pertenecer a la familia de Jesús no está en la carne ni en la sangre, sino en la escucha de la Palabra. Y Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, y “la vida eterna consiste en conocerle” (Jn 17, 3), es decir, en ser discípulo suyo; los discípulos son los que escuchan a su maestro y se abren a la comunión con él, más allá de los lazos de la carne.
Jesús es la Palabra y quien lo acoge de corazón y con fe viva, se hace él, hijo del Padre. Así también, el hijo verdadero hace la voluntad del Padre como Jesucristo. Con estas palabras Jesús pone de manifiesto la grandeza de María como primera discípula, supo acoger la Palabra de Dios hasta declarar: “Yo soy la sierva del Señor, que se cumpla en mi lo que me has dicho” (Lc 1, 26).
Señor Jesús, que la Santísima Virgen María me ayude a saber escuchar y ser Discípulo tuyo. Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rosendo Martínez Flores C.M.
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