“Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla”
Is 10, 5-7. 13-16; Sal 93; Mt 11, 25-27.
“Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra”, preciosa revelación que, junto con la transfiguración, nos dejan percibir algo del misterio profundo del amor entre el Padre y el Hijo, de la relación y comunión entre ellos. “Una nube los cubrió y salió de ella una voz: Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo” (Mc 9, 7). Pero lo más sorprendente de esta revelación es la predilección del Padre por los pequeños, los humildes y sencillos, por los desheredados y desechados de la vida y de la sociedad. Ello hace al Hijo exultar de alegría porque el Padre es así.
Es necesario hacerse “como niños”, pequeños, para entrar en el misterio de Jesús y saborear el amor del Padre, para comprender, a nuestra manera, un algo de los misterios del corazón del Padre. “Bienaventurados los pobres”.
Señor, ayúdame a ser sencillo y humilde, que pueda parecerme a tu Hijo Jesús y me alegre por tu Salvación. Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rosendo Martínez Flores C.M.
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