Escuchar la voz (Juan 10,11-18)

por | May 31, 2024 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 1 Comentario

Creo que la gente se preocuparía si alguien les acusara de «oír voces». Pero la verdad del asunto es que durante cada semana, un sinnúmero de voces se dirigen a nosotros. No sólo en conversaciones casuales con familiares y amigos, sino, más concretamente, esas voces de la sociedad que nos dicen lo que cuenta, lo que es más importante y lo que no lo es tanto.

Así, todos los mensajes procedentes de los medios de comunicación: los noticiarios de cada día, las conversaciones que fluyen por Internet, el contenido de los libros que leemos y las películas que vemos. De un modo u otro, cada uno de ellos defiende que algunas cosas son más valiosas que otras o, más exactamente, que algunas verdades tienen más peso que otras.

Son muchas las voces que reclaman no sólo nuestra atención, sino también nuestra lealtad, nuestro juicio sobre lo que cuenta y lo que no.

En el capítulo 10 del Evangelio de san Juan resuena una voz reconocible: el grito del Pastor preocupado, que sale en busca de sus ovejas descarriadas. Mientras está allí, otras voces llegan a sus oídos, algunas de las cuales llevan en direcciones peligrosas. Para que las ovejas perdidas se mantengan a salvo y reciban lo que es mejor para ellas, su oído debe fijarse en esa única voz, la del Pastor cuya preocupación es tan grande que daría su vida por ellas.

Su voz, ahí fuera entre otras, es la que les permitirá vivir sus vidas más plenas, la que les llevará a casa. Lo mejor para ellas es aprender a distinguirla y reconocerla, y luego seguir su sonido.

Este retrato de acción del pastor amoroso que llama a sus ovejas errantes es una imagen que ha quedado grabada en la imaginación y el corazón de los creyentes a lo largo de los siglos.

Además del consuelo que ha dado a los perdidos, la escena también pone el acento en la escucha. Prestar oídos a esa voz distintiva del Buen Pastor, Jesucristo, resucitado y a nuestro alrededor y, lo que es más importante, vivo dentro de nosotros. ¿Cómo podemos escuchar mejor?

Para empezar, escuchamos matices del sonido del Pastor en las tradiciones de nuestra propia Iglesia: sus enseñanzas y el ejemplo de sus miembros, especialmente de sus santos, pero también de los que están más cerca de nosotros. También sabemos que agudizamos nuestro oído cuando nos reunimos para celebrar el culto. Allí escuchamos las palabras de Dios, y especialmente nos sensibilizamos al tono divino cuando nos dejamos llevar por la energía salvadora de la Eucaristía.

Una escucha especial se produce a través de nuestra oración privada. En ella «nos presentamos tal como somos» ante Dios y abrimos nuestro corazón a su presencia, que nos llama desde lo más íntimo de nosotros mismos.

La cuestión: ¿qué podemos hacer para ser mejores oyentes? ¿Qué es lo que agudizará nuestro oído a los sonidos salvadores de este Buen Pastor, el que está ahí fuera siempre buscando, siempre guiándonos?

Qué palabras tan reconfortantes y a la vez desafiantes: «Yo soy el Buen Pastor. Conozco a las mías y las mías me conocen a mí. Y llegaré hasta dar la vida por mis ovejas».

En una conferencia sobre la humildad pronunciada al final de su vida, Vicente reza para poder seguir escuchando: «Háblanos, pues, Señor; háblanos tú mismo; seremos como otros tantos siervos que te escuchan» (SVP ES XI-3, p. 487, conferencia sobre la humildad de 18 de abril de 1659).

Agudicemos juntos el oído para escuchar la voz del Pastor.

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1 Comentario

  1. Ross

    RE: «Son muchas las voces que reclaman no sólo nuestra atención, sino también nuestra lealtad, nuestro juicio sobre lo que cuenta y lo que no.»

    Se lee en el Salmo 73 que aun el pueblo de Dios se vuelve a los malvados y se bebe de las palabras de ellos, siempre seguros, acumulan riquezas.

    Ojalá los que nos tomamos del nuevo pueblo de Dios fijemos nuestro «oído en esa única voz, la del Pastor cuya preocupación es tan grande que daría su vida por ellas». Que nos libre él del mercenario que huye, pues, este se encierra no más en sus intereses, sin preocuparse del bien de los demás.

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