No estamos suficientemente agradecidos por los pequeños beneficios recibidos de Dios. Le damos gracias por crearnos y redimirnos, por habernos dado buenos padres, esposa y hijos amados, y por haberse entregado tan a menudo en el Sacramento del Altar. Pero, además de estas poderosas gracias que mantienen —por así decirlo— la trama de nuestra vida, ¡cuántas más delicadas gracias se han forjado en el tejido!: el sensato compañero que conocí durante mi primer año en la universidad y que me edificó en lugar de corromperme; la acogida paterna del señor Ampère y el consejo del señor de Chateaubriand para que no fuese al teatro; y también algunos sucesos quizás no tan relevantes, aquella inspiración que me impulsó a ir a visitar a mis pobres en un día en que yo estaba de mal humor, y me envió a casa avergonzado de mis males imaginarios en comparación con la terrible realidad de los suyos. ¡Cuántas veces me ha sucedido que alguna circunstancia insignificante, una inoportunidad, un visitante que me aburrió y que deseaba se fuese a Hong-Kong, después diera ocasión de permitirme hacer el bien a alguien!
Federico Ozanam, Cf. Kathleen O’Meara, Federico Ozanam, su vida y obra, capítulo XVI.
Reflexión:
- Ozanam fue una persona sensible. Basta leer superficialmente su correspondencia para darse cuenta de cuánto se preocupaba por sus seres queridos, su familia y amigos, y —como él mismo dice muchas veces— cuánta necesidad tiene de estar con ellos, de compartir las alegrías y las tristezas… la vida, en definitiva.
- Dios, desde luego, ocupa un lugar no pequeño en el pensamiento y la acción de Federico. Es capaz de verlo hasta en los detalles más insignificantes y, sin caer en el providencialismo, agradecerle que haya cuidado de él y que le haya permitido compartir esta hermosa tarea, cuidando él mismo de otras personas y, así, continuar la labor creadora y creativa de Dios. Basta recordar aquel hermoso texto que pronunció nada más nacer su hija: «Soy depositario y guardián de una criatura inmortal».
- Por eso, no nos extraña este párrafo donde da gracias a Dios, no solo por las grandes cosas que ha hecho por nosotros (crearnos, redimirnos) sino también por las más pequeñas, en donde el alma sensible de Federico es capaz de ver también su mano.
- Resaltemos, entre ellas, una de esas imágenes: «aquella inspiración que me impulsó a ir a visitar a mis pobres en un día en que yo estaba de mal humor, y me envió a casa avergonzado de mis males imaginarios en comparación con la terrible realidad de los suyos». Dios nos habla a través de los pobres. Y los pobres nos enseñan a poner en su justo lugar nuestras penas y preocupaciones: comparadas con las de ellos, seguramente son nimiedades. Dar gracias a Dios porque nos «habla» de esta manera a través de los empobrecidos tendría que ser algún habitual para nosotros, los que, como Federico, sabemos descubrir en el rostro de los necesitados el mismo rostro del Salvador.
- Quizás sea atrevido decirlo, pero, si estamos convencidos de que DIos nos habla en su Sagrada Escritura, no lo estamos menos que hoy sigue hablando en el clamor de los empobrecidos. ¡Ojalá sepamos escuchar su voz ahí también, y, como Ozanam, darle gracias por esa presencia salvadora!
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Doy gracias a Dios por todos las buenas cosas que me pasan, e incluso por las no tan buenas?
- ¿Son los pobres una verdadera llamada a mi conversión? ¿Doy gracias a Dios por el privilegio de poder servirles?
- ¿Soy capaz de ver la mano de Dios en los pequeños detalles, el soplo de su Espíritu animando nuestra historia?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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