“¡Ven, Espíritu divino! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego perenne de tu amor“
Hech 2, 1-11; Sal 103; 2 Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23.
Con esta celebración concluimos el tiempo pascual. ¡Qué mejor manera de hacerlo que celebrando a la tercera persona de la Santísima Trinidad! El pasaje que hemos escuchado está en el contexto del domingo de resurrección y el testimonio que dio María Magdalena sobre el sepulcro vacío, que después se volvió en alegría y regocijo en su encuentro con el Maestro, cuando éste la llamó por su nombre.
Pero los discípulos aún se encuentran encerrados, por sus miedos, inseguridades y cobardías. Es lógico verlos en esta situación, dada la fuerte y cruda experiencia que vivieron con la pasión y muerte de su Señor. Y es ahí, en estas circunstancias, en que se presenta el Resucitado en medio de ellos, trayéndoles la paz que sólo él sabe dar y, acto seguido, les presenta sus manos y costado. Hay un cambio radical en ellos, llenándose de alegría al ver a quien los amó hasta el extremo. Ahora, en este clima de paz y alegría, es cuando el Señor les pasa la estafeta, los envía. Así como Él fue enviado por el Padre, ahora también ellos son enviados. Y quien ahora los acompañará en su tarea de anunciar el Reino, de palabra y de obra, será el Espíritu Santo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Juan Carlos Reyes Mendoza C.M.
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