La amistad en unión y en igualdad
Llega la fiesta de santa Luisa de Marillac, la amiga íntima y sincera de san Vicente de Paúl que tanto le ayudó en la escalada a la cima de la caridad. En la escalada a una montaña es fácil fracasar, si no actúan todos unidos. San Vicente y santa Luisa emprendieron muchas empresas unidos por la amistad. Una amistad alejada de todo el peligro del que san Vicente alertaba a las Hijas de la Caridad y sobre el que algunas personas espirituales le pedían consejo (VIII, 277). La amistad es un sentimiento nacido del amor recíproco que se tienen varias personas y no se basa en los lazos de la sangre ni en el atractivo sexual, sino en la bondad que ven en las otras. Si una persona no descubre la bondad en la otra persona, no existe una amistad madura que lleve a compartir el mismo proyecto vocacional en plan de igualdad. Más en estos tiempos en los que el individualismo llena de soledad el corazón por no saber compartir el amor. Aquello que se decía de amigos en todo y para siempre, hoy el todo se ha convertido en “aquello en lo que estemos de acuerdo”, y el siempre en una sociedad convencida de que todo es pasajero, quiere decir “por ahora, mientras lo pasemos bien o nos convenga”.
La amistad entre san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac matizada con el respeto penetró hasta lo íntimo de sus vidas. Santa Luisa aprendió de san Vicente que la amistad de un hombre y una mujer, sin respeto mutuo, es peligrosa y así se lo recordará a las Hermanas (E 55). Los dos santos nunca se dicen amigos, que podía tener un significado malicioso entre un hombre y una mujer; se dicen padre e hija o señor y señorita. Los amigos se acogen respetando su autonomía y libertad, porque se aman. Los amigos viven en plena igualdad y libertad sin pretender adueñarse de la voluntad del otro. No se pretende la uniformidad ni prohibir al amigo manifestar su forma de ser. Se acepta al amigo con sus virtudes y limitaciones, disculpando sus fallos, pues la amistad es comprensiva. Déjelo a mi cuenta; yo pensaré por los dos, le escribía san Vicente a santa Luisa, mientras ella solía decirle, haga esto o aquello y perdóneme la osadía de decírselo. ¡Cuántas amistades se han destruido porque hemos querido dar a un amigo nuestra felicidad y no la que él pretendía! Hemos olvidado que la felicidad consiste en hacer feliz al otro y, al hacerle feliz, nosotros somos felices.
Las Hermanas necesitan la amistad para no quedar hundidas en la soledad, y si no la encuentran en la comunidad la buscarán en la calle. Por eso santa Luisa ponía como señal de que una Hermana desea permanecer en la Compañía si manifiesta una amistad sólida y respetuosa (E 61). La recreación es el gran momento de la amistad.
Luisa de Marillac era amiga verdadera de Vicente de Paúl, como lo era de algunas nobles, seglares e Hijas de la Caridad que atraían su amistad, porque habían entrado en la Compañía muy jóvenes y las veía necesitadas, porque sufrían como ella, porque eran de las primeras que con a ella habían soportado el peso de la fundación o porque eran sus secretarias, sin el peligro de amistad particular, tan perseguida en otros tiempos por considerarla peligrosa para la castidad. Aunque hoy día se ha soslayado hablar de este peligro, a no ser que la presencia sea con una persona de otro sexo de manera continua, exclusiva y a solas, hoy se rechaza la amistad particular por ser causa de aislamiento hacia otras compañeras. Es más un peligro de egoísmo que de impureza.
La amistad convertía a los dos santos en una sola persona sin buscar el dominio, la utilidad o el deleite propio, sino el bien común (c. 604). El superior Vicente trataba a su dirigida de igual a igual, como a una amiga y una colaboradora inteligente, aunque santa Luisa nunca aceptó ese plano de igualdad. Siempre se consideró mujer de un siglo que sometía a las mujeres a un plano de inferioridad. A veces da la impresión de ser una treta femenina en una mujer lista que sabía obtener del santo lo que se proponía: le pido muy humildemente perdón por haber sido tan atrevida al elegir el tema de esta conferencia sin haber hablado anteriormente con usted, padre mío (c. 128).
Si no se llega al encuentro, la amistad desaparece. El encuentro frecuente y cordial de las personas lleva a conocerse y a apoyarse mutuamente. El trato fomenta el amor y la unión entre los amigos. Los destinos no matan las amistades, aunque no puedan estar juntos físicamente, si lo están en el recuerdo y en las oraciones. Cuando se hace imposible o difícil la proximidad física se buscan medios que facilitan el encuentro como el correo electrónico y el teléfono para escuchar su voz y sentir su presencia.
La amistad crea benevolencia, tener buen corazón; es el conmoverse las entrañas que el evangelio dice de Jesús. La benevolencia exige querer el bien al amigo. Lo interesante no es el bien, sino el sentimiento que anida el corazón[1]. Si no se quiere el bien para la otra persona, no hay amistad.
La amistad también crea beneficencia, hacer el bien. Los amigos verdaderos están presentes en las necesidades. Santa Luisa en todo momento tuvo a su lado a Vicente de Paúl hasta llegar a decirle que en este mundo apenas nunca había tenido ayuda de nadie a no ser de él (c. 122). Ella le hacía pequeños regalos y no cejaba de aconsejarle el modo de curarse o de asumir ella los trabajos para que el director descansara.
La amistad crea benedicencia o hablar bien del amigo. Es fácil hablar bien de alguien, cuando está delante. Distinto es, cuando está ausente. Y es entonces cuando se prueba la amistad. Ya en el siglo de santa Luisa escribía Pascal: “Nadie habla de nosotros en nuestra presencia como habla en ausencia nuestra. La unión que existe entre los hombres está fundamentada sobre este engaño mutuo; y pocas amistades subsistirían si cada uno supiera lo que su amigo dice de él cuando no está, pues entonces habla sinceramente y sin pasión… Yo apuesto a que, si todos los hombres supieran lo que dicen unos de otros, no habría cuatro amigos en el mundo”[2].
Intimidad
En la benevolencia se da al amigo el afecto del corazón, en la beneficencia una parte de lo que se tiene y en la benedicencia la sinceridad, y tanto más profunda es la amistad cuanta más intimidad se dé. Al dar al amigo algo íntimo, se le da algo de lo que se es, la parte más personal de la vida que se guarda con siete llaves para que nadie la mancille, dejando de ser un secreto para el amigo, y descubrírselo a una tercera persona es una traición irrespetuosa que destruye cualquier amistad.
Las cartas de santa Luisa a san Vicente son modelo delicado de intimidad y confidencia a imitación de aquella confidencia más íntima que tuvo Jesús con sus discípulos en la última Cena. Una confidencia es una petición implícita de ayuda para el proyecto personal al tiempo que se valoriza al amigo como a una persona capaz y responsable. La manera más corriente de dar intimidad es proyectar programas comunes y compartirlos sin imponerlos. Después de un diálogo, los amigos saben ceder para encuadrar las diferencias sin quedar anuladas. La amistad puede romperse y quien fue tu amigo llevarse una parte de tu intimidad con el peligro de darla a conocer, como en un escaparate. Todos tienen secretos que no quieren dar a conocer a ningún mortal a no ser al confesor y director espiritual, atados bajo un sigilo sacramental.
La intimidad exige un corazón veraz. El engaño no cuadra con la amistad. La veracidad lleva a confiar el uno en el otro y a querer compartir su existencia de una manera deliberada, si encuentra autenticidad en el comportamiento del amigo. La confianza lleva a hacer transparente y fiable la vida y abre las puertas al amigo de lo que parecía cerrado a cal y canto. Se necesita humildad como expresión de la amistad.
La veracidad encierra un vaho de sinceridad. No pueden ser amigos dos personas si hay mentira entre ellas. Si una no puede fiarse de otra, ha muerto la amistad. El fruto de la verdad es la lealtad, tener fe en el amigo, compartir y confiar en la verdad de su vida. El fiarse lleva a mirar el futuro con tranquilidad para caminar con la seguridad de que no nos mienten. San Vicente identificaba la sinceridad con la sencillez, la virtud que suprime toda mentira y se convierte en la transparencia entre los amigos.
P. Benito Martínez, C.M.
Notas:
[1] SV. I, 39, 62, 150, 153; V, 507 nt. 8.
[2] Pensées, 131. Œuvres complètes, La Pléiade, Paris, 1954, p. 1126.
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