Un comentario que escuché en cierta ocasión: «No me importa sufrir cuando nadie lo sabe, ¡siempre que alguien lo sepa!». Atestigua la verdad de que todas las penas, enfermedades y problemas empeoran cuando la persona que sufre se siente sola. Y lo contrario: el dolor, la enfermedad y los problemas, aunque no son buenos, se alivian cuando la persona que los sufre sabe que alguien comprende su estado «desde dentro», es decir, desde su propia experiencia de ese dolor. Un dicho de Alcohólicos Anónimos recoge esta verdad: «Sólo un alcohólico comprende a otro alcohólico».
De los cuatro evangelios, en el que Jesús está más solo y abandonado al final es en el de Marcos. Todos huyeron. Jesús es rechazado, abandonado, burlado, traicionado e incluso parece desamparado por su Padre, Dios. Jesús conoce el sufrimiento y la muerte «desde dentro». No importa lo sola que se sienta una persona, incluso en el momento de la muerte, el Señor Jesús lo sabe.
Oímos un eco de esto en el viejo espiritual: «Nobody knows the trouble I’ve seen; nobody knows but Jesus» [Nadie conoce los problemas que he visto; nadie los conoce salvo Jesús].
El relato de la Pasión en Marcos es un testimonio de esta solidaridad, de esta solidaridad en la vida y en la muerte humanas. No importa cuál sea el problema, Dios, en Jesús, lo conoce «desde dentro».
Pero, como creemos, hay más: el abandono y la muerte no son el final de la historia. Esta persona, la Persona de Dios entre nosotros, es elevada a una nueva vida. No se trata sólo de una resurrección, como la de Lázaro, el amigo de Jesús, sino de una forma totalmente nueva de existir: una vida glorificada más allá de nuestra imaginación.
But as we believe, there’s More: abandonment and death are not the end of the story. This person, God’s Person among us, is lifted up to new life. Not just a resuscitation, as with Jesus’ friend Lazarus earlier in the gospel, but an entirely new way of existing – life glorified beyond our imagining.
La lección: no sólo «alguien sabe», sino que «alguien resucita». No sólo alguien pasa por el sufrimiento y la muerte, sino que alguien llega a vivir al otro lado de ello, y lo hace, como se nos dice, «en gloria».
Una última reflexión. A lo largo de todo el Evangelio de Marcos, nadie reconoce nunca quién es Jesús en realidad, nadie excepto al final, este centurión romano de pie bajo la cruz. Levanta la vista y confiesa: «Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios».
En una conferencia que dio cerca del final de su vida, Vicente se refiere precisamente a esta solidaridad: «[No podemos] ver sufrir a nadie sin sufrir con él, no ver llorar a nadie sin llorar con él. Se trata de un acto de amor que hace entrar a los corazones unos en otros para que sientan lo mismo, lejos de aquellos que no sienten ninguna pena por el dolor de los afligidos ni por el sufrimiento de los pobres» (SVP ES XI-4, p.560; conferencia sobre la Caridad, de 30 de mayo de 1659).
Que cada uno de nosotros, en medio de cualquier situación difícil, reciba la gracia de conocer y sentir la solidaridad de Jesús con nosotros mientras la atravesamos. Pero también, que se nos conceda la comprensión expresada por el soldado romano, «Verdaderamente, este hombre ES el Hijo de Dios», es la persona de Dios aquí con nosotros a través de toda nuestra vida y muerte… pero aún más, con nosotros en nuestra resurrección a una nueva vida inimaginablemente gloriosa.
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