Creer nos llevará a la vida eterna; no creer, a la condenación eterna
Hech 5,27-33; sal 33; Jn 3, 31-36.
Más allá de esta vida material y terrena, los católicos creemos en la vida eterna; pero para obtener esta vida eterna debemos creer de verdad, no basta con decir que creemos si nuestra fe no se hace vida.
Los católicos verdaderos no solo se limitan a creer verdades, ellos manifiestan su fe con obras, como bien lo dice el apóstol Santiago: Uno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras: Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré, por las obras, mi fe. (St 2, 18). Un católico que no es solidario con sus hermanos, que no se acerca a la Iglesia –comunidad de hermanos–, un católico que guarda rencor, resentimientos y deseos de venganza, podrá decir que cree en Dios, pero sus sentimientos y sus acciones demuestran lo contrario. Un verdadero católico es solidario, fraterno, sensible a las necesidades del prójimo, sabe pedir perdón y perdonar.
San Vicente de Paúl hablaba así: Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. El amor afectivo es sospechoso si no es efectivo. Solo las obras nos acompañarán.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Iván Pech May C.M.
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