Con el rápido crecimiento de la Sociedad de San Vicente de Paúl en sus dos primeros años, surgió un debate sobre si la primera conferencia, ya bastante numerosa, debía dividirse en dos. «¿No cree usted que nuestra misma Sociedad de Beneficencia debería cambiar para sobrevivir?», preguntó el Beato Federico, señalando que el cambio era necesario no para convertirse en algo diferente, sino para mantener nuestro carácter especial como un pequeño grupo de amigos que actúan y rezan juntos [Carta a Bailly, 1834]. Para continuar, pues, ya no podría ser una sola conferencia, sino que se convertiría en muchas conferencias.
En nuestras conferencias, observó más tarde Federico, «hay cambios como en todas las cosas humanas». Cuando la pérdida de miembros provoca «cierta debilidad… las filas despejadas se llenan pronto de recién llegados… cuyo celo más ardiente, ideas nuevas y percepciones originales impiden que se instale la rutina y muera el fervor primitivo» [Carta a Ballofet, 1837]. Por eso seguimos acogiendo a «todos los que buscan vivir su fe amando y comprometiéndose con el prójimo necesitado» [Regla, Parte I, 3.1].
Fundada en un tiempo y un lugar donde la Iglesia era mucho más débil, y la pobreza mucho mayor que hoy, la Sociedad tenía como objetivo primordial la renovación de la fe: primero entre los miembros, luego entre los pobres, y finalmente en toda la sociedad. Desafiados a mostrar el bien de la Iglesia por aquellos que creían que los sistemas «modernos» de filantropía podían hacer un bien mayor limitándose a distribuir pan, nuestros fundadores reconocieron que no hay mayor bien que hacer lo que hizo nuestro Salvador: ir a los pobres, encontrar a Jesús allí donde nos dijo que estaría, y compartir su esperanza y su amor a través de nuestro servicio de persona a persona.
A lo largo de nuestros 191 años, la Sociedad se ha adaptado a muchos cambios en el mundo que nos rodea. En particular, tratamos siempre de reconocer y comprender las nuevas formas de pobreza para poder verdaderamente «esforzarnos por buscar y encontrar a los necesitados y a los olvidados, a las víctimas de la exclusión o de la adversidad» [Regla, parte I, 1.5]. Una y otra vez, descubrimos que las adaptaciones son necesarias no para cambiar lo que somos, sino para preservar nuestra esencia; para renovar, no para sustituir la visión del beato Federico y sus seis amigos.
Como explicó el biógrafo de Ozanam, monseñor Louis Baunard, la Sociedad «no es vieja, si por tal término se entiende superada, marchita; pero es vieja, es decir, experimentada, poderosa; vieja y siempre nueva; como todas las cosas inmortales y divinas. Admito que no es moderna, en el sentido de que una cosa esté de moda en una época determinada o en un país concreto. Pero es, y sigue siendo, joven con la eterna juventud, con la juventud de la Caridad que no conoce la decadencia» [Baunard, 416].
Contemplar
¿Dedico tiempo a comprometerme de nuevo a aumentar mi santidad mediante el servicio a los pobres de Cristo?
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