“Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura”
Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12, 1-11.
El lugar: Betania, en casa de Lázaro, que está a la mesa con Jesús mientras que Marta se encargaba del servicio. María tomó una libra de perfume y con él ungió los pies de Jesús y se los enjugó con su cabellera. Homenaje de respeto y cariño, que esta familia de amigos da a su huésped. Y que el Señor acepta, ya que expresa el cariño que le tienen. Este mismo homenaje se lo hacemos al Señor hoy en su cuerpo, la Iglesia, en cada uno de los servicios que prestamos a la comunidad a la que asistimos: Desde quien limpia la Iglesia, catequista, proclamador, acólito, colector, ministro extraordinario de la comunión; igualmente colaboramos con la colecta o en otras necesidades que se presentan para aliviar el dolor del “Cuerpo de Cristo”.
¿Con qué podemos ungir los pies de Jesús? ¿Qué hay en nosotros que pueda entregarse a Jesús y que inunde de buen aroma toda la comunidad, la casa de Dios? Decía san Vicente que al servir a los pobres se sirve a Jesucristo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús de Luna C.M.
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