“Nadie ha hablado nunca como ese hombre”

Jr 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53.

Somos herederos de una tradición y doctrina en las que Jesús, no obstante criterios distintos, para nosotros no está en tela de juicio si Jesús es el Mesías. Es un hecho: Jesús es el Mesías y el enviado del Padre.

El texto del evangelio de hoy presenta al Señor con una fuerte personalidad y una predicación clara respecto a lo que el Padre quiere para su pueblo: No la rigidez de una religión, sino una doctrina que tenga en todo momento presente el bien de la persona en todas sus condiciones, y sobre todo en aquellas que destruyen la integridad del ser humano, realidades que se tienen que señalar y que indudablemente llevarán a divisiones con familiares y grupos sociales.

Por eso, nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor Jesús: “Tú eres para nosotros el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Nuestra alegría también es ir a contracorriente, ver en Jesús a alguien que es más que un profeta o un maestro. Nuestra alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el enviado del Padre, el Hijo que vino para ser instrumento de salvación para la humanidad. Esta profesión de fe proclamada por Simón Pedro es también la nuestra.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús de Luna C.M.