“Murió también el rico y lo sepultaron”
Jer 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31.
Leemos en el evangelio de hoy una parábola bella, aunque muy desafiante, la “parábola del rico y Lázaro”. Un hombre rico, egoísta e insensible, vive entre lujos y excesos, y nunca ve (y, por supuesto, nunca ayuda) a Lázaro, un pordiosero que muy cerca de él vive en la miseria absoluta.
La vida elegante y despreocupada del hombre rico, aparentemente feliz, en realidad está caminando hacia un callejón sin salida. Comer, beber, dormir, divertirse, disfrutar… ¿Y después? ¿Cómo no quedar enredado en el hastío, en el sinsentido de la vida y en la soledad con ese tipo de vida? ¿Cómo encontrar la razón y el sentido de tu existencia sin experiencias como el amor, la bondad, la generosidad, la amistad, la acogida, la gratuidad?
Quien busca vivir solo para sí mismo, lo pierde todo. Quien abre la puerta de su vida para caminar junto con sus hermanos, encuentra el camino de la vida verdadera. Una vida generosa se abre a la eternidad de Dios, a la dicha que no acaba nunca.
Perdón, Señor, por no abrir los ojos, ni las manos ni el corazón, para ver, acoger y amar a mis hermanos que necesitan de mí. No me van a quitar nada, al contrario, me van a dar la posibilidad de encontrar caminos de trascendencia en mi vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero C.M.
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