No basta solo con la verdad para producir virtud
La verdad por sí sola no basta para producir virtud… Cada día vemos y seguimos siendo insensibles. Voy por la calle y me encuentro con un pobre que me tiende la mano. Puedo ver su miseria, pero mis entrañas permanecen insensibles. Veo con claridad que la relación de este hombre conmigo es la de la pobreza con la riqueza, la de alguien que pide con alguien que puede compadecerse y aliviar; sin embargo, paso de largo sin bendecirle, ni con la mirada, ni con el corazón, ni con la mano. Conozco la realidad de este pobre hombre, pero no tengo caridad. ¿Quién me dará caridad? Evidentemente, un poder distinto que el de la verdad; pero un poder, sin embargo, que se una a la verdad, como el calor a la luz, un poder capaz de conmoverme, de tocarme, de embelesarme.
Entonces me nombrarás la patria. Todo el mundo sabe lo que es la patria. Pero cuando el enemigo está ahí, cuando tienes que dar tu sangre para defenderla y, a menudo, una sangre que crees derramada en vano, porque la debilidad del corazón te hace pensar que el sacrificio es algo que no funcionará: pues bien, ¿qué sería necesario para decidirse? Hará Necesitaríamos una inspiración compasiva con respecto a la patria… para animar este corazón frío, para sacar de él la sangre que quiere conservar.… Una doctrina que no contiene ninguna inspiración que simpatice con el corazón del hombre es, por tanto, una doctrina estéril para la virtud, por mucha verdad que contenga…
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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