A los que se oponen a la Iglesia católica
Apelo a vosotros. Habéis visto a los católicos, ¿somos acaso hombres de dudas? Además, ¿cuál es la cuestión? Nosotros, los católicos, damos fe de los fenómenos que se producen en nosotros; vosotros sois libres de no creernos, de carecer de oído y de discernimiento. No quiero ni puedo obligaros; pero, os lo repito, no sentimos ninguna duda, y lo probamos por nuestra conducta durante la vida y a la hora de la muerte. ¿Veis dudar a este pueblo que oye, por una parte, la palabra de la Iglesia, que afirma, y, por otra, vuestra palabra, que niega? ¿Acaso el niño que va a hacer la primera comunión está turbado por el temor de equivocarse? Movéis cielo y tierra contra niños, campesinos, soldados, mujeres; armados de pies a cabeza, caballeros del error, montáis vuestros caballos, barbados y acorazados, y cabalgáis a la batalla contra la vil plebe de la humanidad: ¿os escucha el pueblo cristiano? Siguen su camino, van a la eternidad sin miraros ni prestaros atención.
¿Es eso duda, o acaso una certeza que no es fruto del aprendizaje? Porque, si sólo fuera una certeza intelectualmente brillante, este pobre obrero, este niño, esta niña podrían responderte, y no lo hacen.
Les hablas de metafísica y de historia; les dices: fue la Iglesia la que os ha hecho esclavos, sois soberanos por naturaleza; fue la Iglesia la que os hizo pobre, sois rico por naturaleza; la Iglesia es la causa de vuestra hambre, de vuestra sed, de vuestra camisa agujereada, de vuestra cama destartalada, de vuestra mujer que se muere, de todos vuestros sufrimientos; ¿no lo veis? Pero, ¿qué esperas que te digan estas personas, si lo único que tienen es su conocimiento y su razón?
Afortunadamente, y gracias a Dios, tienen una luz divina ante la cual la vuestra no es nada; experimentan ante vosotros lo que nosotros sentimos cuando vemos, ante el sol, a un ciego que blasfema contra él. Vemos el sol de la verdad eterna, y vuestras palabras contra ella ni siquiera las oímos; son como el silbido de un pastor ante el rugido del océano.
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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