¡Oh, hermano obrero!: eres una criatura sublime y sagrada
La doctrina católica… tampoco desdeña persuadir al hombre común; se acerca a él, le dice: Hermano mío trabajador, has sido condenado a comer el pan con el sudor de tu frente; tu vestido es más bien un cilicio que una suave tela tejida por manos de hombres, tus semejantes; oh querido hermanito, como decía San Francisco de Asís, conténtate con tu suerte. Escucha, la verdad viene a ti; te enseña que eres hijo y hermano de un Dios, que eres amigo de Dios, que descendió del cielo para todos, que dio su sangre por ti. ¡Oh, hermano mío obrero!, eres una criatura sublime y sagrada; no te conoces a ti mismo; despierta, mírate, abre los ojos de tu alma, no mires fuera, a tu cuerpo, que no es nada; mira dentro y aprende lo que es tener un alma hecha a imagen de la divinidad.
La Iglesia persuade a este pobre hombre; un resplandor de lo alto brilla en él; su alma oye lo que la razón no escucha; se convierte en una criatura admirable, en una santa gloria de Dios; cree, ama, está dispuesto a dar su sangre por Dios y por sus hermanos; aspira a ello, y al golpear su yunque con su martillo, cree sentir los golpes que recibió el Salvador, y exclama: ¡Qué dulce es este aire! ¡Qué agradable este fuego! La fe, que transfiguró su alma, transfiguró también su sufrimiento.
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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