“Para que así sean hijos de su Padre”
Deut 26, 16-19; Sal 118; Mt 5, 43-48.
Jesús sigue desgranando los mandamientos de la Ley de Dios y potenciándolos al infinito, cargándolos de contenido evangélico. En el párrafo que escuchamos hoy retoma el famoso texto del Levítico (19, 18) que resume el conjunto de normas para el trato fraterno entre el pueblo de Israel con el famoso: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Ahora bien, con el tiempo, la tradición judía había llegado a interpretar parcialmente este principio, entendiendo por “prójimo” solo a los miembros del pueblo de Israel. Los demás, los paganos, los infieles, quedaban fuera de esta exigencia.
Al retomarlo, Jesús insiste que el principio del amor fraterno se debe extender a todos, también a los enemigos, a los perseguidores, incluso a los que nos hacen mal. Todo esto por una razón fundamental: “Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre los malos y los buenos”.
¿Podemos imaginarnos a un Dios que odie a los que son ateos, o a los que no rezan ni van a misa? ¿Podemos imaginar a un Dios que retire su amor o su bendición a los que se portan mal? Esto no es posible, porque el amor de Dios es perfecto, es total.
“Pues bien –nos dirá Jesús–, ustedes sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero C.M.
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