“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”
Gén 9, 8-15; Sal 24; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15.
Jesús también vivió su “cuaresma”. Después de ser bautizado, el Espíritu “lo lleva” al desierto, donde pasa cuarenta días. Ahí se encontró con la verdad de su vida y los proyectos que el Padre tenía para él; ahí recibió la fortaleza y el discernimiento para tomar una decisión y comenzar ya a anunciar el Evangelio y hacer presente en el mundo el amor de Dios llegando hasta las últimas consecuencias.
El desierto es un lugar simbólico que nos pone frente a nuestra fragilidad; que nos revela lo superfluo de muchos de nuestros deseos y nos centra en lo esencial de la vida. Es un espacio que, desde el silencio y la reflexión, nos ayuda a discernir los caminos que estamos llamados a recorrer.
Por todo ello, el desierto, la Cuaresma de este año, es un tiempo que se nos regala para profundizar sobre nuestra vida y proyectos, para encontrar caminos al amor y al compromiso y tomar decisiones que nos pongan en un seguimiento verdadero de Jesús. La Cuaresma es un tiempo que, si lo vivimos en serio, nos dispone a confiar en Dios, a ponernos en sus manos y a entusiasmarnos en la construcción del Reino. “Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor, no endurezcamos el corazón” (Sal 94).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero C.M.
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