“¡Qué grande es tu bondad, Señor!”
2 Sam 24, 2. 9-17; Sal 31; Mc 6, 1-6.
Hoy la escena evangélica nos lleva a Nazareth, el pueblo de Jesús. Llegando a éste, Jesús se pone a enseñar en la sinagoga, mostrando lo que en otros pueblos ya se había descubierto: Que su sabiduría venía de lo alto, así como su autoridad. Se sienten desconcertados pues creían conocerle, conocen a sus padres, a su familia entera, ¿cómo puede un carpintero hablar de esta manera?
Al participar en los grupos parroquiales o de Iglesia podemos encontrarnos con personas que creemos conocer en situaciones muy distintas a la que Dios las envía; nos podemos mostrar recelosos, desconfiados de las capacidades de esta u otra persona, sin embargo, deberíamos abrir más nuestro corazón y mente para escuchar lo que Dios quiere decirnos, con sencillez, antes de juzgar. Recordemos que el resultado de la incredulidad fue no experimentar la gracia de Dios.
San Vicente a los Misioneros les habla sobre la sencillez: “Consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios, sin tener otra finalidad en todas las acciones más que su gloria. Todos los actos de esta virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio” (“San Vicente de Paul y la virtud de la sencillez” Conf. 134). Así fue Jesús.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Norma Leticia Cortés Cázares, Medalla Milagrosa de Monterrey.
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