“Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú“
Deut 18, 15-20; Sal 94; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28.
Dios promete la salvación a su pueblo de muchas maneras y a través de personas, los profetas, que ayudaron al pueblo a conducirse por el camino del Señor. Pasaron muchos profetas antes de recibir la plenitud de la salvación en Jesucristo; y aún los letrados percibieron en las palabras de Jesús algo distinto, una fuerza nueva, diferente a la de otros profetas.
En el Antiguo Testamento encontramos la promesa de Dios de enviar un profeta distinto, que transmitirá con fidelidad lo que Dios le pida; imposible no pensar en la persona de Jesús al leer estos pasajes.
En el Nuevo testamento escuchamos a Jesús hablar con fuerza; los mismos demonios reconocen en Jesús la presencia del Consagrado de Dios, mientras a nosotros nos resulta difícil reconocerlo y escucharlo. Lo importante es no dejar de buscarlo y de seguirlo. Solo de esta forma podremos también practicar su mensaje y trasmitirlo con nuestras palabras y nuestras acciones.
Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con Él. La oración acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el hombre (CIC 2591).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Norma Leticia Cortés Cázares, Medalla Milagrosa de Monterrey.
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