Disposición para el Evangelio (1 Samuel 3,3-10)

por | Ene 27, 2024 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 comentarios

Las punzantes palabras de un profesor de instituto a su clase, molesto por su falta de respuesta: «¿Vuestra actitud hacia mí? Enseñadme, os reto». Su opuesto exacto: «Por favor, instrúyanos. Estamos abiertos a lo que tenga que decirnos».

Su memorable frase capta la diferencia entre resistentes y receptivos, entre tener los oídos tapados y los oídos bien abiertos.

Este es un contraste que afecta a nuestra relación con Dios. ¿Estoy más atento a los sonidos de la presencia de Dios? ¿O no presto mucha atención a los caminos por los que Dios me dirige?

En el Testamento hebreo, el niño Samuel es un modelo de esta atención. El Señor le llama tres veces, y aunque lo oye mal dos veces, el joven sigue escuchando. Finalmente, la voz se escucha y Samuel responde: «Habla, Señor, que tu siervo escucha», lo contrario de «¡Habla, Señor, te desafío!». Aquí tenemos a alguien preparado, esforzándose por captar el primer matiz del susurro divino. No se trata tanto de lo que ha oído, sino de su disposición a recibir. Está en alerta máxima para saber cómo responder, lo contrario de la indiferencia a la llamada.

Lo que hacemos en la liturgia dominical es un claro ejemplo de esta disposición a escuchar. Sólo con entrar, inclinarnos y sentarnos, nos preparamos para prestar atención, no sólo a las Escrituras, sino también al esfuerzo que hacen todos los que nos rodean para asimilar lo que está sucediendo. Esto es especialmente cierto durante la Eucaristía, la representación del sacrificio de Jesús por nosotros. Podríamos imaginar ese momento de consagración como un punto álgido de receptividad, un momento en el que nos abrimos a todo lo que Jesús nos ofrece, es decir, a todo su ser.

También hay ocasiones durante el resto de la semana para escuchar esa voz. El Señor, por ejemplo, forma parte del afecto que damos y recibimos de quienes nos rodean. En nuestra Familia Vicenciana especialmente, Su llamada se mezcla con los gritos débiles y fuertes de los pobres. En palabras del propio Vicente: «Háblanos, pues, Señor; háblanos tú mismo; seremos como otros tantos siervos que te escuchan» (SVP ES XI-3, p. 487, Conferencia sobre la humildad, de 18 de abril de 1659).

El objetivo es estar atentos a las situaciones de esa invitación evangélica, ser sensibles a esos impulsos del Espíritu Santo que brotan de nuestro interior. Un padre que escucha a un hijo confuso, una llamada a perdonar a alguien que nos ha hecho daño, un impulso a pararnos a rezar o a leer sobre algún tema espiritual, la decisión de confesarnos… todo esto y más refleja esa receptividad, esa vigilancia para que Dios hable.

Es la diferencia entre ser indiferente y estar atento a la llamada de Jesús. Es el contraste entre «Háblame, Señor, te desafío» y el «Habla, Señor, que tu siervo escucha» de Samuel.

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