“Fue llamando a los que él quiso y se fueron con él”
1 Sam 24, 3-21; Sal 56; Mc 3, 13-19.
El rey Saúl sigue empeñado en dar muerte a David, pero el Señor está a su favor y en una simpática escena el Señor pone al alcance de David la vida de Saúl, logrando con esto que cambiara de actitud y reconociera la verdad.
David tuvo la posibilidad de dar muerte al rey, pero lejos de eso él muestra respeto y perdón. Ambos son un claro ejemplo de tener un buen espíritu y un mal espíritu, el actuar de cada uno nos puede ayudar a identificar nuestro actuar y por qué espíritu nos estamos dejando conducir.
San Vicente dijo: “Cuando el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu” (SVP XI, 411).
Jesús, conducido por el Espíritu Santo, subió a la montaña, lugar de encuentro con Dios y después eligió a los apóstoles, les envío y les concedió el poder de expulsar a los demonios.
Concédenos Jesús el poder de expulsar de nosotros todo aquello que nos hace daño.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Norma Leticia Cortés Cázares, Medalla Milagrosa de Monterrey.
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