“Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”

Is 52, 7-10; Sal 97; Heb 1, 1-6 Jn 1, 1-18.

Para que el nacimiento del niño Jesús abra nuestro corazón a una vida nueva, hay que verlo no solo como un acontecimiento histórico que ocurrió hace muchos siglos, sino como la irrupción del Verbo Eterno hecho carne, que vino a traer la alegría a la humanidad porque es la luz verdadera.

Estamos llamados a acoger esa Palabra hecha carne y a dejarnos llevar por Jesús para que nos transforme y así llegar, en un futuro, a estar sentados a su lado; siempre y cuando nos transformemos siendo luz para la humanidad. Sólo de ese modo, al dejarnos transformar, podremos recibir la Palabra y no caeremos en la obscuridad; al contrario, seremos una luz que brilla en las tinieblas. Despertemos a la luz y no sigamos en las tinieblas, seamos como el Bautista: testigo de la luz. Jesús es nuestra vida y nuestra luz; al hacerse hombre, manifiesta su inmenso amor por cada uno de nosotros.

Jesús no vino para que otros lo sirvieran, sino para enseñarnos, desde el primer momento de su vida, como se ama, como se sirve y como se perdona.

Hoy es un día de gozo, porque se ha manifestado al mundo Dios mismo como un niño pequeño y frágil.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Grupo de fieles laicos de la Rectoría La Sagrada Familia, Chihuahua, México.

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