Dichoso el hombre que confía en el Señor

Is 48, 17-19; Sal 1; Mt 11, 16-19.

Jesús busca con quien comparar a la gente de su generación, y dice que son como niños que no han querido bailar, ni tampoco han querido llorar. Es decir, no se han alegrado con su llegada, pero tampoco se han lamentado. Se mantienen indiferentes e incrédulos. A Juan Bautista lo criticaban porque no comía y a Jesús porque comía. Ciegos por sus juicios, no reconocían las obras y prodigios de la Sabiduría hecha hombre.

Hoy la pregunta es la misma: ¿Con quién podrías compararnos, Señor? Si en aquel tiempo denunciabas con firmeza que, si en Sodoma y Gomorra se hubieran realizados las obras tuyas, sus habitantes se hubieran convertido. Esta generación en la que vivimos bien pudiéramos afirmar que es aún mucho peor que la de Sodoma y Gomorra; el pecado se ha normalizado e incluso justificado; vamos peor que ciegos y sordos. Nuestros corazones se endurecen cada día más.

Señor Jesús, te pedimos que nuestro auxilio sea confiarnos a tu Sagrado Corazón, por las manos de nuestra Madre María. Crea en nosotros un corazón puro, danos un nuevo corazón para ser capaces de reconocer tus obras y prodigios. Concédenos el don de nuestra conversión.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Grupo de fieles laicos de la Rectoría La Sagrada Familia, Chihuahua, México.

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